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Cuidado con el panel, señora, y dígale al niño que no trepe al simio.

King Kong

King Kong. Merian C. Cooper – Ernest B. Schoedsack (1933).

Debería señalarse para el recuerdo, en esta tierra de olvidos, el día que descubrimos el centro del pillaje. Fue durante la misa del turismo, donde la banca accedió a asistir para engullir anchoas con afectación de caviar Bilderberg. Un periódico de papel de Armenia aromatizado con resina de Benjuí (les estoy dando una idea gratis para ayudar a quemar las noticias), capaz de decir que las rotondas mutan a turborrotondas, habló con toda la consonancia de “cena oficial del evento mundial” sin acordarse de las pacotillas del Dr. Estrañi, tantas veces multado por la mordaza gubernativa.

Las fotos y vídeos omiten púdicamente los olores de los maquillajes masculinos y femeninos, de las esencias de la ropa cara recién lavada, de las pinturas y barnices, siliconas, tintes, gominas, pero no pueden disimular los reflejos del ungüento de couché digital que abrillanta a los figurantes. Los diaporamas de los fabricantes de inciensos ofrecen besamanos, poses de repartidoras de sobaos uniformadas y abrazos de gentes que fingen no hablarse con frecuencia o todo lo contrario. Sin embargo, por mucho que se trabajen, las grabaciones muestran un orden aburrido incluso en los momentos declarados como intensos.

No se demoren alrededor del gorila. Permitan que otros se hagan fotos. Déjense empuñar por la bestia. No teman, no vendrán aviones. Tampoco les arrancará la ropa con lujuria por mucho que lo deseen. Esto no es el Empire State: nuestro cine no lo necesita. (Ahí está la película sobre Altamira, a la que nadie menciona, quizá porque olvidaron encargarle a Enrique Iglesias la canción.) Suban al teleférico -no den de comer a los animales recluidos en libertad- y únanse al panorama. Y, sobre todo, no se les ocurra caer en el tópico de señalar las diferencias entre turistas y viajeros, y recuerden que cualquier visitante debe creerse VIP aunque lo traten a tortas.

Este asunto de fomento del turismo tiene muchas voces y algunas dan la medida de las contradicciones. El más leal opositor municipal de Santander ha respondido a la mala traducción del sitio de Fitur de la ciudad con una traducción defectuosa de una frase de Henry Miller tomada de un libro que no es el que cita, y eso como colofón de un artículo en el que critica el modelo sin proponer más que tibios cambios de actitudes. Las cosas no pueden ser de otra manera -parece decir- pero nosotros haríamos mejor lo mismo. Creo que le produciría una indigestión de radicalismo si tuviera que admitir que el turismo sólo puede ser sector principal mediante el asalto permanente al entorno y que para hacerlo fuente auxiliar sostenible hay que tener otras, tanto complementarias como autónomas. Diversificación, lo llaman en el mundo donde los economistas bifurcan los monorraíles políticos. Pero no importa: no hay lugar para palabras que superen el vacío que esconde la idea de la comunidad como parque temático, una Cantabria disfrazada de Cantabria (con la isla de Santander en atuendo de Baños de Ola) como Tabernas (Almería) se disfrazaba de Tucumcari (Nuevo México), o sea, poniendo un desierto en otro. Limitarse a criticar una mala promoción (que, sin querer, les ha salido jocosa, hay que admitirlo) y abaratar la filosofía de las maneras de mirar, es exigir un camino más corto hacia el barranco.

Cuidado con el panel, señora, y dígale al niño que no trepe al simio. No, no la perdono: la puerta del perdón la tiene ahí para lo que guste rezar. Mientras lo hace, piense que, dentro de miles de años, un astronauta con la cara de Charlton Heston enloquecido como un guía turístico insolado en un autobús-mirador vendrá a postrarse, no ante la puerta falsa, sino ante la estatua del primo primate -y gritará, aproximadamente: ¡Maniáticos! ¡Lo habéis destruido! ¡Yo os maldigo a todos!-, y quizá entre los vestigios descubra que aquel fue el día en que aprendimos a decir saqueo, pillaje, loot, beuten, google translate, lost and found in (mis)translation…

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