Kitschtown

Lo ha escrito Milan Kundera: “El kitsch es la negación absoluta de la mierda” y “el ideal estético de todos los políticos”.

Kitschtown. | Rafael Pérez Llano

38 grados a la sombra en una estación castellana. Pájaros de ceniza graznan en el páramo. El tren llega con media hora de retraso y acompañado de un hedor insoportable. Se ha roto un depósito de aguas negras. La gente intuye que el interior de los vagones está aislado (de lo contrario, no habría pasajeros vivos dentro) y los asalta. Viajamos apartando de la vía cualquier vestigio de limpieza, perforando la atmósfera caliente, justificando el abatimiento de las amapolas y los precipitados círculos de los buitres hacia alturas no soñadas. Llegamos a Kitschtown 4328N348W ya de noche. Llovizna sucedáneo de agua de rosas. Las pocas cosas que tienen olor no huelen a lo que parecen. Lo ha escrito Milan Kundera: “De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch. Es una palabra alemana que nació en medio del sentimental siglo diecinueve y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable”. Y también: “El kitsch es el ideal estético de todos los políticos”. Esa definición no contradice la de Hermann Broch, que lo entiende como la introducción de la maldad en el arte, el fin de la ética y el triunfo de lo bonito. El austriaco dice “de lo bello”, pero esa palabra empieza a resultar lejana por el maquillaje de profundidad que le imponen los gritadores televisivos. ‘Bonito’ es un grado menos solemne, popular. Sin embargo, prefiero la claridad del checofrancés porque, cuando lo kitsch (esa réplica de réplicas) ha tenido que prestigiarse como propaganda cultural, la jerga de la corrección ha impuesto lo ‘creativo’, excelente producto de limpieza: en Kitschtown 4328N348W la ‘creatividad’ sirve para denominar la Fundación de Fundaciones encargada de expulsar los malos olores con una mercadotecnia de lo cibersimpático que todavía cuela como avanzada y está a punto de ser un negocio más viejo que la cuadratura de un huevo roto cubierto de lentejuelas de cerámica, ese museo de yema azulgrís que ya está anticuado antes de nacer y últimamente se publicita como un mirador-terraza. No me digan que no es kitsch. Ya deslumbra desde los maltratados jardines. Cuando hagan miniaturas empotradas en metacrilato e imanes de nevera, se venderán junto a los escapularios, vírgenes de conchas, bailaoras y barcucas pesqueras. En las animaciones promocionales, la luz no tiene nada que ver con la astronomía. Creo que lo inaugurarán con toboganes. Ocupa el patio central de la ciudad y se cree con derecho a desarbolar la grúa de piedra como quien hace embestir un Maserati de juguete (con pijo de playmobil dentro) contra el Gran Vidrio de Marcel Duchamp. Es un emblema del totalitarismo liberal, la adaptación del doblepensar a la beatitud democrática. Comparte con la crisis que dice venir a solucionar la condición de inevitable; cayó del cielo como ella y eso le hace ser aplaudido por todos los gustos. La ciudad inodora de Kitschtown 4328N348W tiene que ser apellidada por sus coordenadas porque es una más entre las muchas de una franquicia de franquicias en proceso de conversión en macrocentro comercial con cientos de espacios vacíos que se venden o alquilan o permutan para que se instalen las cadenas todo-a-un-euro de lujo (si les parece un contrasentido, piensen en el poder hipnótico de los gatos chinos de plástico dorado), ya que los compradores de diamantes son más de viajar a Amsterdam o a Intenet. El espacio urbano, que antes se repartía por funciones y clases, se quiere ahora resolver en departamentos al servicio de los feudos residenciales. Todo cuanto huela a otra cosa que ambientador caro de aroma barato debe ser expulsado.

Artículo publicado en logo_eldiarioescan