La abolición respondida

Sobre un poemario llegado del exterior más cercano
 John Collier | Restaurante (det.)

Un poema que no respetase los principios de la termodinámica sería la mejor descripción de la soledad de una esponja exfoliante robada a un tritón en un momento obligado de reflexión para advertir que esta no es una crítica seria de un compendio poético, sino una llamada al orden y a la vez una señal de alarma. Postulan engendros como el que aquí juzgamos el desequilibrio, sin más, de una expresión que las contenga todas, como si los los lotófagos pudieran recordar que su nutrición es el olvido. Afirman que lo que no es trabajo es calor y viceversa, y que toda explotación de un cuerpo entraña un frío indefinible. Defienden que ese frío puede entregar luz al desierto de los géneros y obligar a la entropía a viajar hacia un estado inconstante alejado de cero tanto como de la vigilancia y el castigo. Tal actitud no debe ser consentida.

(Alegato fiscal durante el juicio a un rapero surrealista.)

Mientras escribo esto pasan en televisión un reportaje sobre un falso queso muy reputado, pero de pronto la voz en off gira en el cielo y canta cual viento de la noche y aparece un tipo diciendo, como si lo acabara de descubrir, que la grasa de camión es necesaria. Luego bailan asteroides emergentes y unas cuantas chicas parecen entusiasmadas con la obligación de ir a la moda y la mediana, la parábola y la hipérbole. Otro macho corrobora: el lubricante es un agente imprescindible a causa de los roces. Peter Grullo, diplomático en excedencia, se suicida en un burdel de Las Vegas. Un crítico saltimbanqui entrevista a una estrella literaria que de pronto estalla como una supernova en burbujas inmobiliarias. Nuevas bailarinas ocupan boca abajo el espacio de la duda.

Tengo que darles un motivo para permanecer en esta columnata y les proporciono información al uso: trato de hablar del libro titulado La mujer abolida, escrito por Vicente Gutiérrez Escudero, sobre quien, además de no ser neutral (la neutralidad es un insulto), sólo puedo escribir automáticamente. Estoy seguro de que él lo comprenderá, lo cual tampoco es necesario: conozco al tipo. No se vayan ustedes a creer que voy a justificar el subtítulo. No se vayan ustedes a creer. No se vayan.

Sumida la poesía al uso en el ejercicio de la adulación de la crítica crítica (sic), me parece que hay que desempolvar al Marx más cáustico para señalar que la posesión del espíritu absoluto de que hacen gala los poetas de la sagrada familia balnearia (los mejor pagados de verdad, de sí mismos y de su tibia modestia) no tiene nada que ver con este libro ni con su perpetrador, que pregona la acción, la intervención del lenguaje y la búsqueda de pelea. Aprovecho para recomendar sus ensayos sobre el exterioricidio (hay que escribir más sobre la reivindicación de la intemperie) y la escuela (hay que discutir más sobre ese malentendido).

Lo conozco por lo menos de vista: un día me envió un autorretrato borroso tomado en una habitación de un hotel de Hong Kong para justificar su ausencia en una cita. Burda excusa irrefutable. Algunos saben hacer las cosas. El libro contiene un poema dedicado a Miroslaw Tichy, autor de fotos sin enfoque (ojo: no desenfocadas) cuya excelencia de neoclásico del arroyo hace reales a las ‘remotas mujeres desconocidas’ frente al desequilibrio del preciosismo publicitario. Ese poema y el central (Despatriarcalización) me parecen muestras complementarias: el primero contrapesa la falacia del imaginario y el otro explica el deseo diciendo lo que no debe ser llamado libertad. Lo que no debe. Lo que no tiene deudas.

No voy a ser el primero en decir que este libro exige otro round a partir de la hipótesis de la derrota del feminismo libertario (no sé, por cierto, si puede haber otro, pero no me adentraré en esa ciénaga). Vale, pongamos que han ganado ‘ellos’, las sombras que no se nombran, pero a estas alturas ya están más identificadas que una serpentina en la jaula de un vodevil. Qué fácil sería ahora decir vil. Empecemos otra vez recorriendo lúbricamente los efluvios. De pronto, las carrozas de todos los géneros agraviados se llenan de oportunistas y suena el mantra: para que todo siga igual. Para que todo siga. Para que todo. Pero, para que no se den por vencedores, tomo unos versos porque la obra merece el sano veneno de la sinécdoque:

… pues tendemos a creer
que toda ‘amada civilizada’
oculta en su interior
un tesoro que nos hubiera sido reservado.
En realidad
no existe
esa ‘verdad interior’ de nuestros cuerpos.

Volvamos a las andadas y a las andanadas. No voy a ponerme a recontar bibliografía para demostrar que lo indemostrable sólo puede ser mostrado. Ha juntado el poeta tres lustros de textos activistas que no pierden el pulso de la innovación; ningún aprendizaje de las vanguardias, situaciones y subversiones ha caído en cópula rota. No está reñido el activismo social con el literario ni es cuestión de buscar cuál sirve a cuál: parece mentira que haya que decir esto, pero es que uno está harto de los perfumistas de tesis líricas con sujeto, verbo, predicado, universidades de verano y todas esas caras asomadas a los photocalls de oportunidades.

Déjense de tímidas lecturas de estío. Si detestan la exposición playera del intelecto patrio, les encantará La mujer abolida, pero nada les impide leerlo sin condiciones.

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