Presos y raqueros; tatuajes y apodos

Entre noviembre de 1888 y enero de 1889, aparecieron en el periódico El Atlántico tres Notas antropológicas firmadas con la letra Z.

Creo que esta exposición de las personas, hábitos y ámbitos carcelarios y marginales de Santander y Torrelavega, y las opiniones que la acompañan, son dignas de estudio.

NOTAS ANTROPOLÓGICAS I – TATUAJE EN LA CÁRCEL DE SANTANDER.

Lunes, 12 de noviembre de 1888

Quiere el positivismo que a los estudios todos, a las ciencias más varias y a los órdenes más abstractos del conocimiento se aplique un método puramente experimental, semejante al que se emplea en las ciencias naturales, y que, prescindiendo en absoluto de principios metafísicos y de ideas preconcebidas, se estudien los hechos y nada más que los hechos.

Si a todas las ciencias trata de llevar sus principios la escuela filosófica nacida al calor de las ideas y teorías de Herbert Spencer, que a las ciencias morales y políticas dio nuevos rumbos apoyado en los principios evolucionistas de Darwin y Haeckel, natural era que el Derecho penal no se librara, por lo menos teóricamente, de la invasión de la nueva escuela que pretende someter los fenómenos de la criminalidad a elementos puramente anatómicos y antropométricos, y trata de demostrarnos que si estudiamos detenidamente al criminal hemos de hallar en él un salvaje perdido en medio de nuestra civilización, un ser rezagado en el camino de la evolución, una persona que carece de los medios de adaptación precisos para vivir en nuestra sociedad.

Pretensión es ésta de la que no hemos de ocuparnos; si ella es o no exacta no es éste lugar a propósito para discutirlo: aquí vamos a limitarnos a reseñar un fenómeno al que la nueva escuela da gran importancia, y que, muy extendido en nuestra cárcel, tiene una explicación muy natural y en desacuerdo con aquellas.

Tal es el tatuaje, demostración según la escuela antropológica, del carácter de los criminales, semejantes a los salvajes que se marcan o tatúan todo el cuerpo, bien por elegancia, bien para recordar escenas o acaecimientos notables de su vida, bien para distinguir castas o clases, comprobación siempre de degradación intelectual y de falta de sensibilidad, cualidades que, según Lombroso, son características de todos los criminales.

No es el tatuaje de nuestra cárcel muy vario, debidas las marcas en su mayor parte al hoy rematado E. B., que aprendió a hacerlas de unos árabes que pasaron por el patio durante el tiempo de ferias; abundan las mismas figuras y hay hombres que las tienen de clase tan distinta y opuesta que si por ellas hubiera de juzgarse sus inclinaciones y sentimientos, difícil sería poder hacerlo.

Setenta y un detenidos había en nuestra cárcel el día en que estudiasmos el tatuaje; de ellos 18 ostentaban marcas, doce do las cuales hizo en Agosto último el E. B. antes nombrado; solo dos son de fecha anterior, las del condenado L. R., y una de las del ‘chaval’ o raquero E. P.

Abundan las marcas pornográficas, pero resaltan las marítimas, pues solo anclas hay ocho, y un balandro que merece especial mención por lo bien hecho que está.

Tatuajes religiosos solo hay dos que representan a Nuestra Señora del Carmen; amorosos dos, consistentes en las iniciales de las novias o amigas de los tatuados; político uno, no clasificables tres.

Los presos tatuados son en su mayor parte gentes procesadas o condenadas por delitos contra la propiedad; de los trece tatuados tan solo uno sufre condena por resistencia, ocho por hurto, dos por estafa y dos por robo.

Por sus oficios, se clasifican del modo siguiente: marineros cinco; jornaleros tres; cochero uno; labrador uno; barbero uno; ‘cantaor’ uno; fogonero uno.

Son naturales de esta provincia diez; dos de la de Palencia y uno de Cartagena.

Tienen más de un tatuaje nueve; más de dos cinco; más de tres, tres, y llegan a ostentar hasta cinco distintas marcas, dos.

Los presos marcados son:

F. S. I., natural de esta provincia, de 25 años, labrador, condenado por resistencia, tiene cuatro marcas en el tercio inferior de los brazos y una en la mano que representan la Virgen del Carmen, las letras Y. C. y F. S» una mujer desnuda, con un espejo y un ancla.

E. P. de veinte años, marinero do esta vecindad, cuatro tatuajes; uno asquerosísimo.

E. K., una mujer desnuda y un ancla, ésta en la mano derecha, los otros en los brazos, tercio inferior.

J. P. P., jornalero de esta vecindad, de diez y ocho años, un ancla en el brazo izquierdo.

J. C. Q., natural de la provincia de Palencia, jornalero, de 23 años, tiene en los brazos marcados la Virgen del Carmen. V. C, un balandro y un ancla.

Una mujer desnuda y un ancla son las que se ven en el brazo derecho de F. C. G. marinero, de 25 años.

E. C, de esta provincia, marinero, de 19 años, además de las letras C. G. que son recuerdo de la novia que en su pueblo tiene, ostenta, aunque le tapa, un florero en el brazo izquierdo.

Las aficiones músicas de L. L. le indujeron sin duda a pintarse una guitarra en el brazo izquierdo, cuyo ejemplo no siguió el cantaor, como él se dice, M. F. que tan solo tiene marcada un ancla en la mano derecha. Estos dos tatuados, en unión de C. S., barbero, que tiene la misma ancla y en el mismo sitio que el anterior, son los más jóvenes de todos los marcados; los dos primeros son menores de 18 años, y aún no ha cumplido 12 el último.

Difícil sería decir qué aficiones puede indicar la herradura tatuada en la mano izquierda de A. M., de oficio jornalero; las letras A. M. y M. C, que tiene en el brazo del mismo lado, son las iniciales de su nombre y del de su amiga.

Las iniciales de su nombre y un ancla, hechas en la mano derecha, son las marcas que distinguen a G. C, fogonero, de 20 años.

A. V. M. Tres tatuajes tiene este detenido; un ancla en la mano izquierda, y una mujer desnuda con las iniciales A. C. en el brazo.

Las armas de la República del Uruguay y un ancla tiene marcados en el brazo y mano derecha, XJ. E., de 40 años, marinero que ha viajado mucho y es hombre de larga historia.

Fácil es observar por los anteriores datos lo extendida que está en nuestra cárcel la costumbre del tatuaje; pero para juzgarla en su debido valor, preciso es tener en cuenta lo antes dicho. E. B. es el autor de doce tatuajes, hízolos todos en agosto último antes de ir al penal donde hoy se encuentra; hasta entonces escaseaban las marcas entre nuestros presos.

Variadísimo es el carácter de los tatuados; F. S. es un labrador fornido, honrado a carta cabal y modelo de presos. Su causa lo indica; en un momento de arrebato, hizo resistencia a la guardia civil y por ello fue condenado.

L. R. es, por el contrario, hombre do larga historia, dicharachero y alegre, de buen humor siempre, astuto como pocos, y tiene una cara reveladora de profundo ingenio.

Víctimas, más que de otra cosa, de la falta de atención y del abandono de sus familias son: L. L., M. F. y C. S. El aspecto seráfico e inocente de este último, niño de 11 años, demuestra que, en buenas manos, sería con el tiempo un verdadero hombre honrado; el rostro inteligentísimo y verdaderamente expresivo del segundo hace creer sea una de esas inteligencias que, mal conducidas, llevarán lejos, y que, por el contrario, bien educadas, podrían hacer de él un hombre apto para muchas y muy nobles empresas.

A algo de aquello es debida la criminalidad de E. P.; huérfano y abandonado desde sus más tiernos años, es el tipo verdadero de aquel Cafetera tan magistralmente retratado por Pereda. Pasó la vida en el muelle de las Naos; comía en los vapores; dormía en las maderas, allí apiladas, y hurtó cosas de escaso valor, algunos comestibles, un poco de tabaco. Es un muchachón noblote y complaciente en grado sumo, sabiéndole llevarse haría de él lo que se quisiera, pues, más que de nada, peca tal vez de fanfarrón y de mal hablado.

P. P. es un chicuelo de aspecto hipócrita; L. L. es feísimo, de aspecto duro, revelador de un carácter enérgico, pero no malo, según dicen los que le tratan. Mal encarado es E. C; nuevo y casi desconocido para mí, no puedo hacer indicación ninguna; A. V. es hombre de no mal aspecto, mujeriego, amigo de jaranas y manirroto; jamás tendrá un ahorro; es de esos seres que cuando no tienen un real trabajan para ganarle y en seguida le gastan; tal vez estos defectos le llevaran a adoptar un género de vida muy distinto del suyo, y a cometer una acción que le tiene preso, sin que le reportara otra ventaja quo pasar unas horas de crápula.

Ningún dato particular hay quo indique que los presos tatuados de nuestra cárcel sean menos inteligentes que los no tatuados; nada que señale en ellos mayor grado de perversidad que los que están limpios de toda marca; nada, en fin, que los acerque al salvaje más que a los otros. Presos hay en la cárcel de Santander con caracteres atípicos bastante marcados, y sin embargo, no están tatuados; procesados hay allí que han frecuentado los presidios; ningún tatuaje ostentan; hombres son algunos avezados al delito, nada muestran, y en cambio, los novatos son por regla general los más tatuados.

Pocos son, en verdad, los datos que en Santander pueden tomarse; pero de ellos resulta tan solo, que aquí se tatúan los presos pura y simplemente por mero pasatiempo, como lo demuestra el hecho de que se quiten las figuras muchas veces y algunas las sustituyan por otras, si es cierto como afirman que logran borrarlas, cosa que comprobaremos bien pronto.

N. de la R.: Nuestro compañero Z, nos encarga que demos las gracias al señor director y empleados de la cárcel por las facilidades y deferencias que le han dispensado durante el tiempo en que en aquel establecimiento ha estado estudiando el tatuaje de los allí detenidos; nosotros tenemos mucho gusto en hacerlo así.

NOTAS ANTROPOLÓGICAS II – EL TATUAJE EN EL CORRECCIONAL DE TORRELAVEGA

Lunes, 19 de noviembre de 1888

Aunque no fuera más que por haber tenido ocasión de escribir lo quo en este periódico hemos escrito respecto a las malas, pésimas condiciones de la casa que en Torrelavega se convirtió, de la noche a la mañana, en cárcel de Audiencia, no nos pesaría de haberla visitado; pero tienen para nosotros esas visitas, si no encantos, ciertos atractivos tal vez incomprensibles para la generalidad y que nos proporcionaron siempre emociones especiales, y más de una vez consuelos.

Nadie ha sido quizás más calumniado que los presos; háse creído por muchos que en su inmensa mayoría esos desgraciados son incapaces de albergar el menor sentimiento noble, el más pequeño pensamiento digno; y esto para nosotros no es exacto. Mil veces hemos estado en la cárcel de Santander, todos sus departamentos hemos recorrido; jamás hemos dejado de escuchar a los detenidos, fuera lo que fuese lo que decirnos quisieran; nunca de nuestros labios han escuchado una frase que pudiera herirlos, y jamás hemos visto en ellos hacia nosotros más que respeto consideración y cariño.

Es el agradecimiento cualidad por desgracia poco abundante; la ingratitud y el egoísmo se enseñorean do la tierra, y hacen insoportable a muchos el trato de las gentes. Pues bien; en los presos, en los criminales es donde nosotros hemos encontrado Ios seres más agradecidos, los que más y mejor han sabido apreciar el valor do un servicio prestado, los que más han tardado en olvidarle.

Y podríamos citar muchos ejemplos, y señalar a gentes, a quienes mira la generalidad con prevención terrible, que para nosotros fueron siempre como sumisos corderos; ú condenados que hoy están en presidio y que no han olvidado, después de algunos años, el interés que por ellos nos tomamos; a ladrones y homicidas recalcitrantes que aún nos recuerdan y nos dedican, de vez en cuando, frases de cariño desde el lugar en que expían sus delitos.

Pero si estos hechos demuestran que no es tan exacto lo quo dicen los modernísimos positivistas; si es casi seguro que no se hallará ningún criminal que sea en absoluto incorregible, si, estudiado a fondo su corazón, sabe tocarse la fibra sensible de cada uno, y en vez de tratarlos con dureza suma, se hermana la energía con la dulzura; no lo es menos que nos hemos salido do nuestros propósitos, y que hemos ido a espigar en campo en que no podemos entrar en estas notas.

El tatuaje del correccional de Torrelavega tiene, en su mayor parte, el mismo origen que el de nuestra cárcel. Aquel E. B. que en Santander tatuó a doce de los trece tatuados por nosotros vistos, trasladó su taller a aquel correccional; y tal vez por esto tenga alguna más importancia el estudio de aquellas marcas, aunque a primera vista parezca lo contrario.

Quiérese, por los autores que del tatuaje han escrito, que al examinarlos, se tenga eu cuenta, como dato importante para estudiarlos, cuáles son las aficiones del tatuador, cuáles los tatuajes que sabe hacer, cuáles los que dibuja con mayor gusto; y por eso nosotros, al observar cuánto abundan, en las marcas por B. hechas, las mujeres, los actos libidinosos y las porquerías más puercas que caben en lo posible, le preguntamos con interés, y nos respondió que él marcaba lo que querían sus compañeros.

Y no faltaba a la verdad; hemos visto tatuajes, por él hechos, de lo más vario que darse puede, de los caracteres más diversos, todos bastante bien dibujados, mejor los hechos en Torrelavega que los de Santander, prueba de sus adelantos en el dibujo.

Marca B. del modo siguiente: dibuja con tinta china de un negro subido la figura que se propone tatuar, y pincha luego encima de lo dibujado, con un palito a cuyo extremo van tres o cinco agujas, como él dice, “porque si las agujas son pares suele dar mal resultado la operación, por hincharse mucho la parte operada”. Esta superstición está tan arraigada en tatuador y tatuados, quo nadie en el correccional de Torrelavega se dejaría pinchar si no por agujas en número impar.

A trece, el mismo número que en nuestra cárcel, ascendía el de los tatuados que había en Torrelavega, siendo el de los reclusos 68.

De aquellos trece tatuados sufrían condena por allanamiento demorada, dos; por atentado a los agentes de la autoridad, cuatro; por abusos deshonestos, uno; por disparo de arma de fuego dos; por falso testimonio, tres, y uno por lesiones.

Ostentan tatuajes religiosos, dos; marinos, siete; pornográficos, nueve; amorosos, tres, e inclasificables los demás.

Tienen un solo tatuaje, cuatro; dos, uno; tres, tres; cuatro tres y dos nueve.

Están tatuados en los brazos, doce; en las manos, cuatro; en el pecho, uno; en la pierna, uno, y en la cara, (carrillo izquierdo) uno.

Los tatuados son: J. M., de 28 años, natural de la Coruña; marcado por E. B, en el correccional; tiene en el pecho un Cristo crucificado, de tal tamaño que se lo cubre entero, y en el brazo izquierdo un hombre y una mujer en actitud nada decente, con un letrero que dice «Reforma del Código Penal»; en el brazo derecho tiene una corona, un ancla y las letras J. M., iniciales do su nombre. Estos tres últimos tatuajes se los hicieron en la Habana, en 1884.

P. T. fue tatuado en Barcelona, hace catorce años: marcáronlo un ancla en la mano derecha. Este individuo, de 31 años, es paisano nuestro y marinero.

Do Ramales os natural P. B., de 21 años, que fue tatuado por el consabido E. B. durante su estancia en esta cárcel, por agosto de esto año; una mujer vestida de chula y debajo las letras V. N. A. G., que significan “viva novia A. G.”; tiene este penado en el brazo derecho y en la mano del mismo lado una pulsera y la letra P.

También es obra de B. una mujer desnuda que tiene pintada en el brazo derecho F. B., de 24 años, natural de esta provincia; y también fue en nuestra cárcel donde se la marcaron en el mismo día que se tatuó el anterior.

En ningún tatuado se revela tanto la variedad de marcas que es capaz de hacer el tantas veces mencionado E. B. como en los nueve tatuajes con que se adorna B. B., muchachuelo de 19 años, atrevido en grado sumo, natural de Santander. Asquerosa pareja tiene marcada en la pierna derecha; una mujer desnuda, el retrato do una manola encerrado en un marco formado por dos ramas de laurel, debajo un letrero en que se lee: «mi novia», y una obscenidad ostenta en el brazo izquierdo, y una herradura enlazada con una fusta en la mano del mismo lado. En el brazo y mano del lado derecho tiene este muchacho tatuado un caballo y caimán, una estrella y una cabeza de otro caballo; y como si todo esto le pareciera aún poco, y si quisiera mostrar sus aficiones y darlas al exterior, so hizo tatuar una estrella en el carrillo izquierdo.

J. L., de 25 años, labrador de Piélagos, so marcó, en una taberna de esta capital, hará unos doce años, las iniciales de su nombre en el brazo derecho y un ancla en la mano del misino lado.

V.B., de 94 años, natural do Santander, se tatuó, en esta cárcel, dos mujeres desnudas en el brazo izquierdo y un ancla en la mano derecha.

También en nuestra cárcel, durante su prisión provisional, se pintaron y pincharon M. F. de 20 años, una mujer desnuda en el brazo izquierdo, y un balandro y un ancla en el derecho: M. S. de 20 años, dos mujeres desnudas en los brazos, las iniciales de su nombre y la letra B. en la mano: C. St. M., una mujer, en el traje de Eva antes de comer la manzana, en el brazo izquierdo, y A R. en el derecho, el demonio y un ramo de flores, y en la mano del mismo lado, una herradura.

Do intento hemos dejado para el último al desdichado J. M. Si fuera cierto que el tatuaje es signo de degradación, si fuera prueba de atavismo y de falta de sensibilidad y dignidad personales, seguramente no tendría ninguna marca este penado, que sin embargo ostenta nueve.

Su porte digno, su aspecto verdaderamente noble, su manera de expresarse, revelan pesar profundo de verse donde se encuentra; su historia accidentada muestra que es hombro de carácter enérgico, pero no un criminal; el delito que allí le tiene, atentado a un agente de Ja autoridad, nada prueba en su contra para los que sabemos cuántas veces son los agentes quienes motivan los atentados de que luego se dicen víctimas.

Siendo voluntario de las tropas liberales, tuvo una cuestión en una casa de Bilbao con un oficial de su compañía; olvidando éste el sitio en que estaba, se permitió ultrajarle, dándolo, delante de las mujeres allí reunidas, de bofetadas; airado y herido en su dignidad de hombre, el soldado se olvidó también de que lo era, y derribó al suelo a so jefe de un sopapo que nunca olvidará: M. fue condenado a muerte, pero logró fugarse, y se pasó al campo carlista, y allí se batió como un león, llegando a ser teniente; hecha la paz, fue indultado de la pena; tropezó más tarde con un agente a quien desacató, y fue a dar con sus huesos en Torrelavega. ¡Pobre M! su situación nos inspira lástima profunda; digno es seguramente de mejor suerte.

En la Habana, donde también so batió esto joven por la integridad de la patria, tatuáronle en 1870, en los brazos y mano izquierda, una cruz coronada de flores, una estrella, un pavo real, una corona de laurel, las letras N. T. C. T., cuyo significado ignoramos, dos anclas, su apellido entero y el año en que so tatuó.

El tipo de los tatuados do Torrelavega es comunísimo; son todos gentes do facciones ordinarias y sin carácter alguno particular; solo B. B. nos impresionó mal y, casi sin temor de equivocarnos, podemos afirmar que ha de ser atrevido y poco escrupuloso.

Los no tatuados, excepción hecha de uno que se distingue de todos por su pulcritud y aseo, por la regularidad de sus facciones y por lo que de sí mismo se cuida en aquel triste lugar, son tipos casi idénticos a los marcados, y que sin duda no se han tatuado por no parecerles cosa limpia, en lo cual tienen razón.

NOTAS ANTROPOLÓGICAS III – APODOS RAQUERILES

17 de enero de 1889

A pesar de que la nueva escuela antropológica se ha dedicado a estudiar todo aquello que tienda, en mayor o menor grado, a demostrar la verdad de su tesis, llevando tan lejos sus experiencias que, no conforme con examinar las anomalías cerebrales que supone existen en todos o la mayor parte de los delincuentes y estudiar sus costumbres, su lenguaje, su escritura, su literatura especial, ha llegado hasta observar la conformación más o menos regular de sus orejas, aún no se ha detenido a filosofar —si es que no es contradictoria esta palabra con las tendencias de los antropólogos— acerca de las apodos, motes, alias o nombres de guerra con que muchos de sus estudiados se distinguen.

Y en verdad que es raro que tal omisión exista, puesto que si el tatuaje, por ejemplo, se mira como dato que puede indicar tendencias particulares del tatuado, ¿no podremos ver en el apodo con que a un delincuente se distingue la idea que de él se han formado aquellos que le bautizaron con tal nombre, y que suelen ser los que mejor le conocen, puesto que son sus amigos y consocios? Por otra parte, si bien muchas veces los nombres de que se trata indican o señalan una anomalía física o una nota característica del aspecto externo del agraciado, no pocas, tal vez, sirven para mostrar sentimientos y actos internos de los apodados, aficiones, virtudes, vicios, modos de ser. Nuestro insume novelador, el eximio Pereda, cuyas dotes de observador profundo todos reconocen, así como los que le han leído admiran las de psicólogo del clásico Juan García, nuestro Pereda ya hizo ha mucho aquella observación. Cafetera, tipo que vivirá eternamente en la memoria de los montañeses, ¿a qué debió su nombre? ¿fue acaso a su fealdad? ¿fue a algún defecto físico? No; fue su afición desmedida al vino, fue el vicio que más y mejor le caracterizaba, fue su embriaguez habitual lo que sirvió a su creador para darle nombre.

Y en esto, como en todo lo que él escribe, el maestro retrató una costumbre, no inventó el hecho; observó, y de su observación es hija la figura de Cafetera, como lo son la magistral Trementorio y la de Muergo, y la de Sula. y la de tantos otros de sus siempre interesantísimos y humanos héroes.

¿Por qué, pues, no estudiar esa costumbre?, ¿por qué abandonarla cual si no tuviera importancia cuando tal vez valga tanto por lo menos como el saber si B. tiene un poco mayor o menor la oreja o si mira o no contra el gobierno o es más omenos sensible a los efectos de la electricidad o si tiene ancha o deprimida la frente?

Nuestros raqueros, o chavales como ellos se llaman, casi todos tienen apodos. Los huéspedes más asiduos del cepo, los que al salir de él dejan olvidada la cuchara y vuelven a buscarla a los pocos días porque no se hallan bien, al parecer, sino en la cárcel, cadsi no son conocidos allí más que por sus apodos.
El Bornis, Cara-Ancha, Pitorro, Calavera, Magañoso, Lolita, Monaguillo, deben sus nombres a causas bien distintas.

Pitorro es un raquero cuyo nombre lo retrata de mano maestra: no es que sea de aspecto parecido al pájaro que le dio nombre; no es que tenga una de esas narices que más que narices parece pico; es que en algunas de sus costumbres se asemeja al ave; es que siendo en libertad buen compañero, amigo inseparable de los suyos, atrevido y audaz, es cuando preso enemigo terrible; y así como el pájaro cuando cogido en las redes pica sin compasión y lucha encarnizadamente con sus compañeros, nuestro raquero, cuando preso, denuncia a troche y moche a todos sus amigos y consocios y hace que se pueble el cepo, y allí provoca riñas y recriminaciones sin cuento.

Cara-Ancha le dice: “Si Pitorro no hubiera hablado, no iría yo a presidio”; y Cara-Ancha dice la verdad, como la diría Carota si dijese que a tales aficiones del Pitorro debe el haber estado una vez preso, como la diría P. si aseverase que a tal costumbre de su compañero es debida su última detención de cinco meses.

De Madrid vino hace ya bastante tiempo Monaguillo. Pillo y descarado cual muy pocos, fue en sus primeros años muy dado a la vida de sacristía, no por amor a la Religión, sino a las vinajeras; no por cariño hacia la Iglesia, sino por afición a los cabos de vela y a las lágrimas de cera. Conserva aún rastros de su vicia pasada. Su hablar es, hasta cierto punto, escogido; peor tal vez que todos, parece, al verle, que ha de ser de lo mejor; vicioso en grado sumo, sabe conservar aspecto seráfico, pero pronto se le conoce; dos horas no más de observación bastan para conocerle a fondo y convencerse de que reúne a todos los defectos del pilluelo de Madrid los peores del raquero montañés.

Más que a un ser viviente se asemeja a un cadáver el pobre Calavera. Casi en cueros andaba no ha mucho por la cárcel y era grande la compasión que inspiraba. Es su cara retrato vívido de la muerte; pálido, desencajado, ojos hundidos y de un color blanco sucio, carecen de toda expresión, de todo brillo; es raquítico y de muy baja estatura, y lo peor de todo, es la víctima de todos los chavales. No es posible narrar lo que le ocurre, y sin embargo calla y sufre, porque es como el perro fiel, que lame la mano del amo que le pega; por no separarse do sus compañeros, por no salir del cepo sufre Calavera todo….

La miseria, la porquería, La suciedad que reinan en el calabozo de los raqueros es tremenda. Asomarse a mirar por la escucha es algo así como asomarse a una inmunda letrina; el olor tumba. Ellos, sin embargo, nada notan; viven allí como el pez en el agua, hasta les parece castigo sacarlos al patio central y hacerles dormir en las cuadras, que, aunque malísimas, son mejores eme su habitación. Solo uno de ellos no ha podido nunca soportarla; el olor le marea, la suciedad le espanta, los remilgos que hace le valieron el nombre: Lolita. No es Lolita un muchacho afeminado, ni un ser degradado de esos que abundan en presidios y cárceles; pero los chavales miraron siempre su pulcritud como afición impropia de un raquero, no le creyeron digno de ser hombre, ya que ellos se revuelcan, en podredumbre sin hacerla ascos, y lo bautizaron con nombre femenino, que a primera vista parece hijo de la corrección de sus facciones cuasi infantiles.

A Lolita le molesta todo lo que sea desordenado; un roto en su blusa de percal le produce una crispadura de nervios, un remiendo en él pantalón le disgusta sobremanera; nació con tendencias e inclinaciones de príncipe; pero os pobre y se quedó en raquero ¡cuántos como él han visto defraudadas sus vocaciones!
A sus señas personales debieron los apodos Cara-Ancha, Magañoso y el Bornis. Este último es tuerto y en algún dialecto tal significa bornis. Cómo la cosa llegó a oídos de los raqueros, no es muy fácil decidirlo: tal vez su íntimo y continuo roce en ei muelle de Maiiaño con marineros de todos los puertos de España les diera motivo para bautizar a C. con tal alias, al que responde sin darse por ofendido, y si en castellano se le dijese, quizás se enfureciera.

Por ser muy tierno de ojos, mereció el Magañoso el nombre con que sus compañeros le distinguen; si siquiera de sentimientos fuera lo mismo, no le recordara al pobre Calavera con tan poco gusto.

Quizás fuera Cara-Ancha el chaval más merecedor de estudio detenido, si no pensáramos, como a veces lo hacemos, que es un hombre que no debía estar condenado a presidio porque está, si no del todo, casi exento de inteligencia. Si así sucediera, su vida accidentada, sus hechos raros tendrían una explicación en aquella misma falta, y por otra parte su nombre verdadero se ha dado no ha mucho a la publicidad, y no queremos pecar de indiscretos.

No serán solos estos nuestros raqueros que ostentan apodos; costumbre es la de poner motes muy arraigada entre nosotros para que a tan pocos alcanzaran pero no los conocemos. Valga la excusa, por ser cierta, para terminar las notas; pero antes preguntaremos, ¿para qué sirven estas? Difícil sería responder a esta pregunta si este trabajo fuera debido a un antropólogo de fama; porque en realidad, si es cierto que puede significar algo saber sí un delincuente está o no tatuado, o si es o no bizco del izquierdo ¿por qué no ha de servir el apodo?

Y si quiere decírsenos que no es sólo de raqueros esta costumbre, y que muchas personas honradas también tienen nombres de semejante clase, podremos contestar que también hay gonces honradas que ostentan tatuajes, que hay bizcos muy dignos y muy personas decentes, que la frente deprimida o el ángulo facial muy desarrollado se ven por ahí en gentes a quienes todos miramos no como criminales, porque nunca lo fueron, y sin embargo, los sabios modernos nos enseñan lo contrario.

¿Servirán estas notas para ilustrar a los Jurados que pronto van a empezar a ejercer sus nuevas funciones de Jueces? ¿Quién sabe? Mejor tal vez entenderían estas cosas que no las profundas cuestiones que están llamados a decidir y que Dios quiera que decidan bien. Nosotros nos atrevemos a dudarlo.