Kitschtown

Lo ha escrito Milan Kundera: “El kitsch es la negación absoluta de la mierda” y “el ideal estético de todos los políticos”.

Kitschtown. | Rafael Pérez Llano

38 grados a la sombra en una estación castellana. Pájaros de ceniza graznan en el páramo. El tren llega con media hora de retraso y acompañado de un hedor insoportable. Se ha roto un depósito de aguas negras. La gente intuye que el interior de los vagones está aislado (de lo contrario, no habría pasajeros vivos dentro) y los asalta. Viajamos apartando de la vía cualquier vestigio de limpieza, perforando la atmósfera caliente, justificando el abatimiento de las amapolas y los precipitados círculos de los buitres hacia alturas no soñadas. Llegamos a Kitschtown 4328N348W ya de noche. Llovizna sucedáneo de agua de rosas. Las pocas cosas que tienen olor no huelen a lo que parecen. Lo ha escrito Milan Kundera: “De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch. Es una palabra alemana que nació en medio del sentimental siglo diecinueve y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable”. Y también: “El kitsch es el ideal estético de todos los políticos”. Esa definición no contradice la de Hermann Broch, que lo entiende como la introducción de la maldad en el arte, el fin de la ética y el triunfo de lo bonito. El austriaco dice “de lo bello”, pero esa palabra empieza a resultar lejana por el maquillaje de profundidad que le imponen los gritadores televisivos. ‘Bonito’ es un grado menos solemne, popular. Sin embargo, prefiero la claridad del checofrancés porque, cuando lo kitsch (esa réplica de réplicas) ha tenido que prestigiarse como propaganda cultural, la jerga de la corrección ha impuesto lo ‘creativo’, excelente producto de limpieza: en Kitschtown 4328N348W la ‘creatividad’ sirve para denominar la Fundación de Fundaciones encargada de expulsar los malos olores con una mercadotecnia de lo cibersimpático que todavía cuela como avanzada y está a punto de ser un negocio más viejo que la cuadratura de un huevo roto cubierto de lentejuelas de cerámica, ese museo de yema azulgrís que ya está anticuado antes de nacer y últimamente se publicita como un mirador-terraza. No me digan que no es kitsch. Ya deslumbra desde los maltratados jardines. Cuando hagan miniaturas empotradas en metacrilato e imanes de nevera, se venderán junto a los escapularios, vírgenes de conchas, bailaoras y barcucas pesqueras. En las animaciones promocionales, la luz no tiene nada que ver con la astronomía. Creo que lo inaugurarán con toboganes. Ocupa el patio central de la ciudad y se cree con derecho a desarbolar la grúa de piedra como quien hace embestir un Maserati de juguete (con pijo de playmobil dentro) contra el Gran Vidrio de Marcel Duchamp. Es un emblema del totalitarismo liberal, la adaptación del doblepensar a la beatitud democrática. Comparte con la crisis que dice venir a solucionar la condición de inevitable; cayó del cielo como ella y eso le hace ser aplaudido por todos los gustos. La ciudad inodora de Kitschtown 4328N348W tiene que ser apellidada por sus coordenadas porque es una más entre las muchas de una franquicia de franquicias en proceso de conversión en macrocentro comercial con cientos de espacios vacíos que se venden o alquilan o permutan para que se instalen las cadenas todo-a-un-euro de lujo (si les parece un contrasentido, piensen en el poder hipnótico de los gatos chinos de plástico dorado), ya que los compradores de diamantes son más de viajar a Amsterdam o a Intenet. El espacio urbano, que antes se repartía por funciones y clases, se quiere ahora resolver en departamentos al servicio de los feudos residenciales. Todo cuanto huela a otra cosa que ambientador caro de aroma barato debe ser expulsado.

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Entreactos impuros

Ocultación oficial, anunciada y pública: lo último en transparencia. Es una pena que el aguafiestas la haya parado.

Lujo extremo | RPLl

CONTRABANDO. Leo que la condecoración a Álvaro Uribe le será entregada por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) en la clandestinidad y se me pone cara de santanderino medio bajo la llovizna del entretiempo con que la primavera demora el verano. Me pregunto qué métodos seguirán para convocar a los elegidos al acto privado de introducción del ex mandatario en la nobleza local del verano universitario (¿nocturnidad?, ¿llegada por turnos y puertas de atrás de los próceres?, ¿variados disfraces?) y descubro que lo que me pregunto en realidad es para qué sirve la UIMP si no es para poner medallas a gente como Uribe (bueno, o igualarla a gente diferente que simplemente, académicamente, tolera) y pagar los aplausos de cierta casta. Qué poco se usa ya esa palabra tan nuestra, tan menendezpelayiana: “rencor negro y tenebroso contra la propia casta, como si pretendiéramos librarnos de grave peso, echando sobre las honradas frentes de nuestros mayores los vituperios que sólo nosotros merecemos”.

REDADA. Me informan desde el punto aleph de que una vez más la conjetura de la autorregulación tenaz se ha cumplido. Uribe (con una lista larga de procesos abiertos por presuntos delitos contra los derechos humanos) exhibe poder, rechaza el galardón, se muestra indignado con sus aduladores, capaces de celebrar en un agujero antes que enfrentarse a la opinión del populacho. Él, que se ha enfrentado a un acuerdo de paz, no acepta el juego cobardica de esos flojos de la UIMP, que se han amilanado enseguida ante una inesperada reacción de la sociedad. El personaje, desde luego, no defrauda. Pero sobre los contritos próceres universitarios y su intento de disimulo se multiplican las gruesas pinceladas del esperpento.

JERGA. Escribo esto entre la mojiganga ya realizada del Brexit (parafernalia liberal que supongo sin otros efectos reales que el ruido y la furia contra los inmigrantes y más mimos a Gran Bretaña) y el plato principal (o quizá la eyaculación prematura) de las elecciones generales, así que esta anacronía lo es de veras porque el lector canalla sabe lo que yo no sé y estos párrafos han viajado en el tiempo hacia el futuro con su equipaje de prejuicios y deseos que -traidoramente- se habrán cumplido o no y que, al revés que la nave del Doctor, son más grandes por fuera que por dentro. Por eso voy a fingir que no estoy hablando de las elecciones (hay muy poca distancia entre la ‘l’ y la ‘r’) y me voy a montar casi un minifix-up (todo está lleno de slans, señor Van Vogt) o un casi cut-up sólo para ver si se animan a vagar por algunas zonas raras de internet. Busquen, busquen.

JAB. Y dicen que la concesión de la chapa y la ocultación de la ceremonia no son cuestiones políticas. Están obsesionados con despolitizarlo todo. Como aquel general golpista que nunca se metía en política. ¿Se acuerdan?

INDÍGENAS. Aquí cito la Guía del Veraneante Galáctico: “Aunque puede parecernos que el medio ideal del santanderino medio [sic, por la doble doblez] es inestable y que adora la terminología lluviosa (escampar, arreciar, calar, asubiar…), se trata de todo lo contrario, de una prevención o impetración contra lo variable; es casi siempre fachada, cartel, bochorno, taimado pragmatismo. Estamos hablando de un municipio que llama a la gestión cultural, es decir, a la propaganda, ‘economía del ocio'”.

MUNDANAL. El tipo del coche chunk tunk chunk jersey azulina sobre camisa blanca que insulta sobrao con la música a tope a los peatones que no se dan prisa en el mundo-cebra los llama gilipollas; excepto si los ve morenos: entonces los llama panchitos, tiraflechas, monos… El racismo es una máquina estúpida llena de vocabulario.

DADOS. Una hipótesis absolutamente anticonspiranoica sobre las decisiones del poder nos llevaría a negar cualquier posibilidad de que la concesión al señor Uribe de la medalla de la cúspide de nuestro emporio promontorio cultural veraniego (propaganda, economía del ocio) sea otra cosa que obra del más puro azar. Compulsiones o pulsiones de la libido hexaédrica de los que pueden ordenar esas cosas provocaron una secuencia de actos y entreactos irremediables y don Álvaro se vio merecedor del sino del obsequio que ahora desprecia (no me echáis ni me ocultáis, dice con su aire atildado de intelectual paramilitar, me voy yo porque quiero). Raras y aún más dispersas fuerzas semejantes se aliaron como los cristales de un caleidoscopio para avergonzar a la Institución (así, en abstracto mayúsculo) y forzar la ceremonia del escondite. Ocultación oficial, anunciada y pública: lo último en transparencia. Es una pena que el aguafiestas la haya parado.

PLACER. Me encanta hacer turismo por territorios fronterizos. Hay que aprovecharlos mientras queden.

ORO. Sólo por esa aportación a la historia del doblepensar (ya saben: esa manera de detener la historia) podemos considerar que albergar a la UIMP aquí es un lujo extremo.

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Pícnic PGOU


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Artículo publicado en eldiario.esCantabria – Pícnic PGOU

anacronias-1

1. La novela ‘Pícnic junto al camino’, o ‘Pícnic extraterrestre’, de Arkadi y Borís Strugatski (publicada en 1971, Tarkovski hizo en 1979 una película que, en mi opinión, y pese a su excelencia, estropeó la historia con misticismo), cuenta las consecuencias de una acampada alienígena en nuestro planeta. Grandes zonas quedan contaminadas, llenas de radiación, materia alterada y basura de propiedades desconcertantes. Algunos de los objetos abandonados por los viajeros, que por lo demás han ignorado olímpicamente a la humanidad, son de gran valor para la ciencia, la industria y el mercado negro. Así que los stalkers, cazadores furtivos de deshechos maravillosos, se juegan la vida -y casi siempre la pierden o la arruinan- adentrándose en las zonas y compitiendo para hurtar algún hallazgo que los saque de la pobreza. La presa más codiciada, el producto comercial absoluto, es, por supuesto, un aparato que concede todos los deseos, y que tiene forma de bola de oro.

2. Gracias a las conferencias que está organizando la Plataforma Deba sobre el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de Santander, sabemos que las actuaciones urbanísticas municipales están imbricadas en una trama no celeste, sino prosaicamente azul gris, de ese color financiero del asfalto. Por ejemplo, sabemos que las viviendas sociales están siendo (mal) construidas para satisfacer de antemano el mínimo del 10% de las edificadas y así garantizar los planes de conversión de la ciudad en un disparate balneario, la distopía inevitable si siguen en el poder los interesados en la dislocación del territorio urbano en un espacio blindado para residentes ricos y una periferia donde dormir para los vecinos sirvientes. También nos dicen que la extensión del Parque Litoral (por cierto que la Senda Costera ya estaba ahí y nadie la vio, y ahora es la interrupción de una orgía de cemento) sirve para cubrir con su nombre no resuelto el 5% de espacio verde requerido por habitante (el PGOU está delirado para pasar de 175.000 a 270.000), oxígeno que no tiene por qué ser mejor repartido porque el que hizo la ley sabía cómo hacerla. Que el Centro Botín supone la privatización del único espacio público que los santanderinos consiguieron reservar de los ensanches del muelle. Que pretenden la demolición de 3.000 viviendas sin realojo para los vecinos. Que surgirán nuevos y más marcados guetos. Que después de toda la destrucción, inversión, liquidación de lo público, es muy probable que la burbuja esta vez no llegue ni a inflarse y venga un nuevo abandono de los que se apresurarán a exigir que todos paguemos sus barbaridades y salvemos sus beneficios.

3. Mientras los que disfrutaron del pícnic anterior (esos eventos siempre han sido fuentes de negocios) preparan el siguiente contemplando el panorama desde sus paraísos, los buscadores de esperanza tienen cada vez más difícil creerse el guiñol de la igualdad de oportunidades que les venden los predicadores del emprendimiento y empiezan a intuir que acabarán entre la gran mayoría que renuncia a los derechos laborales, compite para turnarse en la precariedad laboral, se vigila entre sí por las propinas, acepta horas no remuneradas y que le descuenten del sueldo las herramientas y las ropas de trabajo o se derrumba en las colas de las miniayudas sociales, unos con esa dignidad de los que después de tantas estafas no aceptan la culpa de sus derrotas y otros con el autoengaño de echársela a cosmonautas incontrolados o, más patético todavía, a los inmigrantes y marginados, porque la miseria vuelve a mucha gente miserable. Parece que la defensa de un urbanismo civilizado (una civilización es una cultura de/con ciudades, pero el pleonasmo tiene excusa), unida a los movimientos contra desahucios y expropiaciones frente a la falacia de la gentrificación (‘gentry’: ‘hidalguía’, como si no supiéramos de esos cuentos por estos pagos), puede ser el factor antiletárgico que necesita esta abochornada ciudad. Ya superan la decena las asociaciones coordinadas para denunciar el PGOU. Cuando los stalkers se convenzan de que la zona tiene que ser de todos por imperativo no hipotético, sino categórico, habrá que empezar a retirar la basura, reciclar la chatarra, construir sin ladrillazos una ciudad integradora y dejarse de mitos de libre mercado. Porque no es solución matarse por los espejuelos digitales que tiran los excursionistas.

Anfitrión prisionero

HOY
Los días empiezan a hacerse más cálidos. Un ligero efecto foehn vacía de razones la ladera desde la costa hasta el barrio. En el café-bar de la esquina, el vecino Anfitrión García (su nombre facilita las cosas), pide un café con hielo y dice: “Han llamado los madrileños”. Es el aviso del comienzo del ciclo. “Ahora, la bronca”, añade tras una pausa irreflexiva.

El hombre que se llama como el bar de toda la vida se ve obligado a preguntarle por qué al cliente de toda la vida. “Los críos no quieren irse”. Los llama críos, pero ya están crecidos. Habrá discusión familiar, lo habitual en los últimos años. “Pero que se aguanten; igual con el tiempo les toca a ellos”.

Vendrá el cuñado de la furgoneta, cargarán con todo lo que necesiten y con todo lo innecesario que pueda molestar a los veraneantes, y se irán a la casa de los suegros, que hace tiempo cambiaron la vivienda del pueblo, muy pequeña, pero en un entorno no blindado, por un adosado sólo un poco más grande en el extrarradio, cerca de una zona intermareal biológicamente rica, casi inaccesible y sin interés playero.

“Los chavales y mi mujer se aburren. No sé de qué se quejan, si me paso el verano haciendo de taxista. Y no hay ni una mala tasca en cinco kilómetros. Hay que tirar de coche para todo”. Seguirá pasándose por allí casi todas las tardes, en los huecos que le deje la servidumbre del nudo estacional que le hace sentirse antiguo y viene a añadir un lastre al paso del tiempo por si el calor asurado fuera poco peso.

Y alguna vez aparecerá con el inquilino, aunque éste es más de zona cara (se lo puede permitir, con lo que se ahorra de hotel) y tiene ya sus tertulianos, algunos de los cuales proceden, como sus veranos en la ciudad, de hace tres generaciones, y vienen también de regiones interiores. “Somos salida al mar, qué vamos a hacerle. Pero sólo para los baños, por lo visto. Bueno, han dicho de buscarle un trabajo al mayor, pero la cosa tampoco está fácil allí…”.

Al dueño del bar, que lleva algún tiempo siendo parte de la ceremonia, le da entre pena y miedo esa santa unión de las dos estirpes, sobre todo desde que oyó una vez a Anfitrión, al recibir el aviso, pensar en voz alta: “¿Hasta cuándo se deben mantener esos acuerdos?”. Y no dijo más, pero después de la interrogación quedó el eco de una irreverencia. ¿Lazos sagrados?, ¿compromisos asentados?, ¿contratos que no pueden romperse porque no son de papel y fueron subproductos de una derrota irreversible?

Ahora, mientras el cliente se entristece mirando cómo se deshace el hielo, el del bar murmura que igual por eso somos tan como somos, y enseguida se siente obligado a cambiar de tema, pero tampoco acierta: “¿Qué tal en la fábrica?”, pregunta. “Se avecina otro ERE”, responde García. “Otro motivo para seguir alquilando el piso”.

AYER
Cuando el padre de Anfitrión no tenía teléfono, los madrileños llamaban al bar, entonces en manos de un ex legionario devoto de la Virgen del Pilar, dejaban recado y luego confirmaban las fechas desde el mismo aparato tragaperras colgado en la pared al final de la barra, entre una fotografía que mostraba a un grupo de gente muy seria a los pies del monumento a Pereda y una postal del Valle de los Caídos. Pronto, los madrileños aceptaron una subida a cambio de instalar teléfono en el piso, y ayudaron a comprar el televisor alemán federal en blanco y negro, porque ya no podía ser un veraneo sin tele. Los programas dominantes eran de promoción mediterránea. Pero no había competencia. La gente que venía aquí era distinta, tanto la rica como la que empezaba a creerse clase media. Con el tiempo, venir a Santander de veraneo (lo de turismo era más cosa del sur) se convertiría para muchos en una actitud casi militante. Quizá se veían destinados a ahondar el cortafuegos del Norte, como continuadores de una cruzada en una retaguardia tranquila.

Las dos familias apenas tenían relación. Sin embargo, compartieron un par de momentos de obligada comparecencia. En julio de 1964 (XXV Año Triunfal) asistieron a la erección de la estatua ecuestre de Franco en la plaza del Ayuntamiento. En 1968, visitaron los acorazados de la Semana Naval. Ambas contaban ya con abuelos, hijos y nietos, y se hicieron fotos cuadradas con una instamatic traída de la capital (1.490 pesetas con estuche), como mandaban las convenciones desarrollistas aunque no hubiera cámaras ni Seat 600 para todos.

Tener veraneantes era una suerte. Y no sólo por los ingresos extra. Daba prestigio y envidia, valores ambos positivados en la mezquindad oficial, etimológicamente pura, del régimen, y proporcionaba favores. El hijo del primer inquilino, su sucesor, ocupaba una jefatura en el Ministerio de Industria. El padre de Anfitrión estaba flamante con el mono de trabajo de la fábrica de cables.

El viejo primer anfitrión rozaba la senilidad cuando alguien mencionaba la República.

ANTEAYER
El barrio fue construido después del incendio del 41. Los abuelos García habían perdido su hogar y tuvieron algún problema para la adjudicación de la vivienda de la Obra Sindical porque él había estado en el frente incorrecto. Los informes eran favorables, la catástrofe le garantizaba el trabajo y hacía chapuzas gratis para quien hiciera falta, pero en algún rincón quedaban dudas que disipar.

El fundador de la dinastía de veraneantes, sargento en el Cerro de los Ángeles, había encajado un tiro de un garibaldino, lo cual le había proporcionado un ascenso rápido y un buen puesto. Era teniente de oficinas cuando lo enviaron para comprobar las actas de la reconstrucción. Su labor principal consistía en ignorar retranqueos. Alguien los presentaría.

Era un mundo hambriento en todos los sentidos. Las colas de racionamiento eran largas y lentas y las autoridades se exasperaban por la situación de los frentes en Europa. Los periódicos todavía alababan los motores DEMAG y en los tranvías, que circulaban entre ruinas, solares y casetas, quedaban absurdos carteles de matarratas Biberkopf, desconocido en las droguerías.

En este escenario a medias onírico y expresionista, de caras pálidas y carne prohibida, el escribano de uniforme resolvió algún papeleo e ingresó en la tradición mesocrática (la aristocrática y la burguesa le quedaban muy lejos) de los veraneantes de la ciudad, envidiados en la Corte desde 1847. Acababa de casarse. Se alojaba en el cuartel del Alta. Su esposa languidecía en Madrid, aunque destacaba en las labores de la Sección Femenina para olvidar que había estudiado en una escuela laica. Por suerte, el piso no estaba en uno de los barrios que habían expulsado a las afueras. El cerro lo abrigaba del viento del norte y quedaba a dos pasos del centro.

“Tengo una idea que nos conviene a los dos; seguro que llegamos a un acuerdo”. Por aquel entonces, las cosas eran muy simples.

Quedaba bien en la vecindad, con su esposa del brazo, aquel joven de uniforme que iba ganando estrellas. A veces los recogía un vehículo de gobernación para llevarlos a la playa. Cogían color, pagaban sin demoras, cumplían todos los estereotipos de belleza del régimen y hablaban mucho de destino, justicia y patria.

Y, total, un mes de hacinamiento en casa ajena no era para tanto.

Artículo publicado en eldiario.esCantabria.
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El miedo de un agente cultural

El agente cultural número 193bis respondió tarde a la Encuesta del Plan Director de la Economía del Ocio y, aunque le permitieron contarse entre los privilegiados que merecían servir de coartada al Gran Proyecto, no consiguió un número propio y apenas figura en algunos registros de uso restringido. Eso le ha causado problemas de identidad, un cierto desprecio de los gestores fácticos y nominales y la displicencia en el trato de muchos de sus colegas, la mayoría de los cuales tiene además intereses directos ya consolidados mientras él pertenece a la minoría que, simplemente, aspira a tenerlos. Pero hoy esas aspiraciones han sufrido un desaliento. 193bis acaba de salir de una reunión y sabe que ha vuelto a meter la pata. La culpa es a la vez de Cornelius Castoriadis y Kurt Vonnegut. No debió mezclar lecturas. Esa alternancia, unida a un recuerdo de Alfred Hitchcock, se ha inmiscuido en sus ideas mientras participaba en un evento propagandístico. A veces, esos eventos se relajan y la mente vuela libre, ajena a la presencia de un avión que busca un blanco en el desierto. Nada de eso parecía venir a cuento, pero alguien ha mencionado al MUPAC y, sin meditarlo, 193bis ha dicho:

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Santander, 1893: piano incendiado en la vía pública

La noche del 9 de Septiembre de 1893, el piano del alcalde en funciones de Santander, señor Almiñaque, ardía en medio del Paseo de la Concepción, hoy Menéndez Pelayo. La cuerdas se soltaban inarmónicas como látigos al rojo. Antes habían tecleado tonadas chuscas los asaltantes de la vivienda.

No era el único fuego de la ciudad. En la plaza de la Libertad, saqueados los despachos del arrendatario de las cédulas personales, una pira acababa con muebles y documentos. Era la hoguera más grande de la noche (los mozos se desafiaban a saltarla), pero en la calle Calderón también se volvían cenizas las posesiones de la oficina de la empresa adjudicataria del suministro de aguas.

Aquella tarde, a eso de las seis, el alcalde había llegado al ayuntamiento vestido de negro y con sombrero de copa para presidir un pleno que derivó en algarada, luego se volvió motín y terminó al día siguiente con la ocupación militar de la ciudad. Todo ello a causa de las fuentes.

El problema no era nuevo. Los manantiales anunciaban su agotamiento desde hacía años.  En dos décadas, entre 1857 y 1877, la ciudad pasó de 17000 a 38000 habitantes. En verano se sumaban unos 10000 residentes más. Las clases altas y el turismo de lujo recibían el suministro mediante fuentes particulares y canalizaciones directas, y no estaban libres de contratiempos, pero la mayoría de la población pasaba sed y tenía dificultades para lavarse, limpiar sus hogares o preparar sus alimentos.

Cuando la situación se agravó, hicieron venir a un abate zahorí francés que señaló dónde excavar, cobró y se fue. No hubo suerte. Del mismo país trajeron a un ingeniero fontanero que hizo un estudio detallado y propuso soluciones: había que profundizar las acometidas, drenar, cambiar los tubos. Como había fuentes públicas y privadas, éstas se llevaron la mayor parte del presupuesto, que estaba lejos de la cantidad recomendada. Las catorce fuentes populares siguieron teniendo problemas.

Llegaron el tifus y el cólera. Se sepultaba a los presuntos fallecidos con alambres atados a los tobillos que, en caso de resurrecciones, hacían sonar campanillas en la garita del vigilante del camposanto. Aunque remitió la epidemia, las autoridades sanitarias se pusieron serias: las fuentes no servían. Así que se concedió a una empresa privada la captación del agua del Pas en el alto de la Molina, su conducción a la ciudad y la renovación de los surtidores.

En 1885 empezó a funcionar el primer depósito, en Pronillo, y se celebró inaugurando una fuente monumental en la Alameda. Sin embargo, el abastecimiento seguía siendo insuficiente y la distribución defectuosa. Había fuentes de pago en el centro y gratuitas en la periferia. Clausuradas las antiguas, las que entraron en servicio sólo daban agua unas pocas horas al día. La situación era provisional, hasta que se completaran los depósitos, pero la cosa se demoró demasiado.

El 4 de septiembre hubo un incendio en Peña Herbosa. Los bomberos no tenían bombas y los calderos tardaban siglos en llenarse. Se perdieron varias casas de marineros. El 5 de septiembre ya hubo alborotos en la fuente de Becedo.

El día del pleno municipal, entre los asistentes que consiguieron sitio en el consistorio y los que esperaban fuera llegaron a sumar unas seiscientas personas. A lo largo de la tarde, según las autoridades, los manifestantes alcanzaron el millar. La sesión empezó bien, sin incidentes, salvo algún grito de ¡agua! Se aprobó comprar material de extinción de incendios, varias bombas manuales, una de vapor, y entonces arreciaron los gritos: no habría líquido que bombear.

Empezaron los empujones, intervino la guardia municipal, se desalojó el pleno, huyeron los concejales.

En la plaza, entre arengas, se organizaron grupos por edades, sexos y afinidades. Los más jóvenes, algunos niños, zaherían a los guardias. De los mayores, unos volvieron a entrar en el ayuntamiento y la emprendieron con el mobiliario y los papeles. Otros buscaron objetivos en la ciudad. Destrozaron faroles y casetas de obra y reventaron portales de las casas pudientes de la Ribera para sacar en procesión las piletas de mármol rosado y robar los grifos de bronce con formas de tritones y sirenas. Zarandearon a algunos ‘señoritos’ por parecerlo. El fuego de la plaza Vieja casi hizo volar un kiosco de armas y municiones. El peso de la turbamulta lo llevaban trabajadores portuarios, descargadoras de buques y marineros, hartos todos del barro que manaba de los caños de la dársena de Molnedo. No tardaron en agregarse al núcleo más activo obreros, pescadores, pescaderas, carreteros y verduleras, y corrió el rumor de que habían acudido a la revuelta, por pura vocación insurreccional, algunas cuadrillas de mineros.

La Guardia Civil, reforzada con unidades llegadas de la región y dotaciones de infantería, llegó a tiempo de impedir nuevos saqueos en la sede del Monopolio de los Fósforos y la casa del director de la empresa de aguas. No hubo heridos de importancia, sólo contusiones por forcejeos, pedradas y culatazos. Se produjeron media docena de detenciones bajo acusaciones de desobediencia e insultos a la autoridad. A las cuatro de la madrugada, la ciudad quedó tranquila. Al día siguiente se produjeron algunos incidentes menores.

Los apagadores de resonancias del piano del alcalde en funciones crepitaron hasta el alba.

Los pastos de las llamas

Si es cierto lo que dicen las autoridades, en Cantabria, una comunidad con la ganadería camino de la extinción(1)Véase este artículo., hay gente que delinque de un modo organizado para convertir bosques en pastos por la vía del incendio.

Hasta hace poco, el objetivo principal era conseguir terrenos edificables. Ahora, los que queman los bosques o sus inductores se tienen que conformar con menos, pero todo es recuperable, es decir, recalificable. Si el paraíso de las especulaciones inmobiliarias vuelve a realizarse en estas tierras en cualquiera de sus variantes (inmobiliaria, hostelera o parquitemática) los espacios ya estarán abiertos. Si no, por lo menos habrán mantenido un poco más el espejismo de una economía de la miseria subvencionada. Hasta que acabe la tregua, claro, que el cerco liberal se cierra cada vez más, pero este es el mundo de lo inmediato y del titular doctrinario de cada mañana.

A pesar de los esfuerzos psicoanalíticos, creo que tanto la destrucción como la conservación de los bosques se realizan sin grandes pulsiones irracionales. Las tentaciones líricas o apocalípticas las ponen después los poetas y los políticos, palabras que no están nada incómodas en la misma frase: la poesía también suele estar subvencionada.

Recuerdo a un concejal de Medio Ambiente de un pueblo de los valles interiores que había sido condenado por pirómano. Creo que el término es erróneo; ningún informe psiquiátrico señaló nada patológico, y tampoco aparecieron atenuantes basados en temores atávicos a los mitos enfurecidos que habitan la espesura. Sus electores, estoy seguro, no veían ninguna contradicción en lo que era algo muy grave para los constructores del imaginario de la corrección política en sus mejores momentos de impostada solemnidad. La defensa del medio sin cambio de modelos productivos que ha construido para uso polivalente esa corrección es una ecología sin supervivientes, o sea, una contradicción en los términos, y lo que quieren los habitantes de las comarcas ganaderas es, precisamente, sobrevivir. Siempre lo han hecho a costa de los valles y montañas, transformando terrenos salvajes en pastos según fuera necesario. En una economía agrícola y ganadera, los bosques son hostiles almacenes de leña, caza y setas alucinógenas o no, a los que hay que cuidar para que no se vuelvan peligrosos. Son útiles, pero no es fácil enamorarse de ellos. Son bellos, pero también lo son los terneros antes de ser sólo carne. Son respetables emblemas de lo ancestral (y sobre todo de los terrores ancestrales) hasta donde lo permite la comodidad productiva. A partir de ahí, la rentabilidad exige que mengüen o desaparezcan. Antes, los resultados eran concretos, palpables: leche, cultivos, rebaños, trabajo en suma. Ahora vemos que la transformación en pastos es una excusa vacía. No responde a una necesidad de la ganadería; no hay oportunidades para el equilibrio: la quema produce subvenciones aunque no haya vacas para consumir los nuevos pastizales.

Los delitos de incendio sólo son un paso más hacia el abismo de la riqueza mal repartida mediante mecanismos aparentemente misteriosos y volubles y finalizada cuando la maquinaria del liberalismo hace rodar la mano invisible bien afirmada en el orden de los estados a los que detesta si cobran impuestos directos para servicios sociales y adora si rescatan bancos, autopistas y superpuestos y legislan contra los obstáculos a la ley del más fuerte.

Los ganaderos ya fueron grandes modificadores del medio cuando, hace menos de doscientos años, aprovechando la oportunidad de una demanda creciente, decidieron arrinconar las bovinas autóctonas (esas de cuernos demasiado largos y poca leche que ahora algunos sueñan con recuperar en plan elitista) para traer suizas y frisonas y crear una riqueza que está pasando a la historia porque, eliminados los máximos y los mínimos de compra y producción de leche, o sea, pasando del estancamiento al libre mercado liberal, no pueden competir en el juego de la industria alimentaria y metanizadora que en algunos sitios está creando granjas de miles de cabezas. Contra una que pretende pasar de mil quinientas y que producirá 1,5 megawatios, lo cual hace casi gratuita la producción de leche, se bate hace ya años la Confederación Campesina francesa en un complejo laberinto político y legal(2)Pero es solo un ejemplo: en Alemania hay unas 200 granjas de más de 1000 cabezas; en China se están creando granjas de 10000 a 15000; en Arabia … Continue reading.

Imagino que las subvenciones que hacen rentables los incendios irán desapareciendo poco a poco, a medida que la UE aumente las condiciones y en cuanto los gobernantes autóctonos puedan echarle la culpa sin conflicto a esa entidad de la que nunca son cómplices pero cuyas normas deben ser respetadas hasta el hambre. La alternativa regional parece consistir en vender paisajes adaptados a un turismo selecto (no sé si eso es otro oxímoron), convertir al paisanaje en servicial si no servil, y ofrecerse como infinito lujo residencial o arqueológico o gastronómico o lo que haga falta. Qué pena que no funcione: cincuenta mil parados, la mitad sin prestaciones, y los que trabajan lo hacen en precario porque el ciclo de las promesas de futuro se cierra en que tenemos que ser currantes baratos para hacernos ricos.

En una comunidad tradicionalmente dislocada entre la costa y la montaña y la capital y el resto, y además de economía ganadera muy a menudo mixtificada con la industria y convertida en auxiliar de un proletariado fabril que también desaparece, la textura emblemática del campo cántabro quedó para los intelectuales (nada o muy poco tiene que ver el término con el de Clemenceau para calficar a los dreyfusistas) que calificaron la región e hicieron épica y romance de valles y brañas mientras las burguesía capitalina se forraba trasladando harinas a América. No es que ese imaginario diera para mucho, pero entonces el hinterland castellano era rentable para el puerto, los belgas e ingleses aprovechaban la minería y los suizos, que lo son, trajeron la industria láctea que todavía funciona como una isla en medio de las mutaciones de una comunidad desarbolada. Así que, en cuanto la comunidad imaginada se topó con la era postindustrial, se descubrió inmóvil, pequeña y fiel a su tradición de cortafuegos del norte, que es la manera que tienen los historiadores de decir que no solemos ser gente conflictiva.

De momento, pese a las declaraciones contra la delincuencia, las subvenciones son políticamente rentables. Es decir, mientras esa corporación bautizada con el nombre de Bruselas (y Santander es un banco) no dé el siguiente paso y decida que eso no sólo no es liberal, sino que queda feo. Para entonces, si fuera rentable construir, es decir, si la sociedad sigue aletargada, el paro estructurado, los salarios en la miseria y las libertades atemorizadas, ya no habrá casi bosques protegidos. Negocio redondo. Los incendiarios apuran hasta las posos la pasta fácil y luego ya se verá que caprichos sugieren los supremos ordenadores: discotecas en el erial, macrourbanizaciones blindadas, convertir la región en un plató de cómicos y guapos ocurrentes o lo que haga falta menos reconocer que el juego que se traen entre manos (Varoufakis sabe de eso) es de suma cero en su variante más retorcida, es decir, todo el que no gana cada vez más, pierde cada vez más.

Notas

Notas
1 Véase este artículo.
2 Pero es solo un ejemplo: en Alemania hay unas 200 granjas de más de 1000 cabezas; en China se están creando granjas de 10000 a 15000; en Arabia Saudí se ha alcanzado el récord de 35000. Todos estos datos crecen día a día en progresión geométrica.