El perdón de las pecadoras (o La sombra de una fuga)

Las congregaciones religiosas que gestionaron los reformatorios del Patronato de Protección de la Mujer desde 1941 hasta 1985 han decidido pedir perdón a las mujeres internadas por el trato que sufrieron. Sin embargo, la institución, que primero se llamó Patronato Real para la Represión de la Trata de Blancas, fue creada en 1902 y las órdenes concertadas ya venían desarrollando su labor desde mucho antes. La República intentó poner fin a ese entramado de control y represión de los cuerpos basado en el poder que la Iglesia Católica se atribuía sobre las almas. El franquismo (con diez años de santa transición) sirve así como un fenómeno histórico oportunamente acotado para poner en escena los arrepentimientos y los perdones autoconcedidos sin explicar un antes ni un después que emborronen el panorama.

Las agraviadas supervivientes podrán, por supuesto, aceptar o rechazar la disculpa, pero sospecho que la opinión generalizada en nuestra plácida democracia considerará suficiente el trámite simbólico sin estimar otras demandas colectivas o individuales. En cuanto a las que ya no están, la mayoría permanecerán en la oscuridad o, si acaso, en la niebla de noticias efímeras como la que recupero a continuación, de la que sólo puedo pretender extraer los indicios coincidentes atribuidos a presuntos testigos y las opiniones declaradas en los pocos ecos que tuvo en los medios de la época(1)Tres décadas antes, en 1884, la prensa había amagado otro debate originado por una madre que consiguió que le devolvieran a su hija, pero no he … Continue reading.

Poco después del amanecer del 4 de noviembre de 1915, una mujer de veintipocos años, despeinada y mal vestida, huyó del convento de monjas oblatas del Santísimo Redentor de Santander saltando el muro de seis metros de altura que daba a la calle de Monte.

El impacto la hizo rodar por el suelo y durante un momento quedó conmocionada, pero enseguida se levantó y echó a correr hacia la calle de la Concordia. (La calle de Monte conserva su nombre; la de la Concordia pertenece hoy al cardenal Cisneros.)

Atraído por los corrillos de la vecindad, un guardia preguntó qué pasaba.

–Otra pobre muchacha de las que ahí hay encerradas acaba de tirarse por el muro del convento.

-No es la primera vez y no me extraña.

-Corría como una loca.

-Dentro de esa casa de Dios pasan cosas oscuras.

-Ha sido un milagro que no se mate.

Entonces se abrió una puerta en el muro y surgió doña Leonor, autoridad seglar del convento, toda sofocada. Quería saber hacia dónde había ido la fugada.

–Hacia abajo -respondió alguien de mala gana. Y la indagadora, tras dudar un poco, volvió a enclaustrarse.

El coro recuperó el protagonismo:

–Esa señora hace trabajar a las mozas como perras. El otro día, las tuvo horas transportando cestos de escombros bajo la lluvia con todo embarrado.

–Una llamó a mi puerta una noche de hace tres o cuatro años. Me dijo: “Abran, que no soy una ladrona; soy una escapada del convento”. Yo le dije que se marchara porque no quiero líos.

–Los conventos son como una especie de féretro. Nadie sabe nada.

-Además, la comida… bueno…, para qué vamos á decir más.

Al día siguiente, La Región Cántabra, periódico republicano (Autonomía, Justicia, Federación, proclamaba la mancheta), apareció con un titular interrogativo: ¿Qué pasa en el convento de monjas de la calle de Monte?:

¿Dónde está la escapada? Los cuerpos de la Guardia municipal, de Vigilancia y Seguridad, que dicen no saber nada, tienen la obligación de dar parte si la hubieran detenido y devuelto al convento. Es preciso aclararlo, para que sea castigado quien haya ocultado este suceso. Lo justo y natural es que se sepa cuando en los santos recintos de un convento ocurren grandes escándalos, ya que todo el mundo se entera hasta de las más leves escaramuzas que se desarrollan en los domicilios de las clases obreras.

Dos días después, el reportero regresó al barrio:

Nos dijeron que la tal doña Leonor, de la que ayer hablábamos, había estado preguntando, empleando tonos bastante despectivos y amenazadores a la vez, por la persona que nos había informado anteanoche. Dicha señora, que indudablemente goza de cierto ascendiente en el convento, estuvo anoche en nuestra redacción manifestándonos que ella no se mete en nada que se relacione con el convento. Como esto no es realmente cierto, tenemos que decir a la citada doña Leonor que todo cuanto ella dice está en contra de lo que afirman todos los vecinos de la calle de Monte. “Es necesario –nos decían– que ustedes cuenten los trabajos a que son sometidas Ias infelices muchachas que tienen la desgracia de tener que estar ahí dentro. Están trabajando como bestias, para que coman descansadamente las madres que regentan el convento. Viéndolo –añadían–, no sorprende que las recogidas traten de escaparse”.

El Diario Montañes no tardó en responder:

El hecho de haberse marchado del Convento de las Oblatas del Santísimo Redentor una joven que estaba allí recogida hacía tiempo, ha servido á ‘La Región Cántabra’ para escribir dos artículos, como podía haber escrito un poema en treinta y siete cantos y un apéndice; y en esos artículos dice una porción de tonterías y deja entrever insinuaciones. Todo el mundo sabe que el citado convento cumple un fin social altamente caritativo y noble; que las jóvenes recogidas son tratadas con amor y consideración.

El medio más católico de la ciudad resulta un fiel soporte de la opacidad de los muros. No niega los hechos, pero el salto, la caída y la carrera desaparecen del relato, como si la mujer hubiera salido paseando, y no menciona la posibilidad de que estuviera allí en contra de su voluntad. Además, la expresión todo el mundo sabe… (para muchos(?) periodistas, prueba del fracaso del oficio) sentencia como impensable que alguien en su sano juicio quiera escapar del paraíso amurallado.

Puede que La Región Cántabra actúe con un sesgo voluntarista y exagere la empatía de los vecinos, pero los criterios arbitrarios que podían situar a las mujeres bajo la tutela del Patronato (mandato judicial sin causa firme, petición de familiares, simple denuncia policial por ser encontradas viviendo en las calles o en situaciones consideradas de dudosa moralidad) debían de dejar claro para las clase bajas que aquella tela de araña del orden y la fe no era para las pudientes.

Las jerarquías de las órdenes participaban en los organismos de coordinación con las autoridades civiles, que las consideraban ángeles comisionados para la prevención de la prostitución, la mendicidad y la criminalidad mediante redes de encrucijadas -había cruces y crucifixiones por todas partes- con las que capturaban a las víctimas del mercado y las convertían en culpables (¿no es la función doctrinal del pecado?) obligándolas a aceptar la manutención caritativa y el trabajo sin salario.

En los pocos atisbos que permiten las encomiendas publicadas, se repiten los tránsitos que van del margen moral, laboral o delictivo a las instituciones precarcelarias y prisiones en ciclos cuyas salidas se ofrecen como triunfos de la redención: la sumisión a supuestas integraciones en forma de trabajos precarios o penosos, adopciones reales o figuradas (cenicientas sin final feliz, mantenidas y otras fórmulas hipócritas) y una nebulosa de expiaciones mediante ritos y trabajos mortificantes en perpetuo recogimiento religioso(2)Era frecuente que las madres solteras, expulsadas de la competencia matrimonial aunque sus hijos fueran entregados en adopción, acabaran como monjas … Continue reading. Triunfos que algunas (¿cuántas?) preferían evitar saltando tapias y corriendo el riesgo de recaer en el universo penitencial o penitenciario.

Aunque abundan las personas y organizaciones que aplauden que las órdenes religiosas admitan al menos una parte de los estragos causados por su práctica de la beneficencia, creo que el gesto de pedir perdón a las pecadoras -que nunca fueron perdonadas por las entidades que ahora se disculpan- es una manifestación más de la retórica del olvido intencionado.

Notas

Notas
1 Tres décadas antes, en 1884, la prensa había amagado otro debate originado por una madre que consiguió que le devolvieran a su hija, pero no he encontrado referencias directas
2 Era frecuente que las madres solteras, expulsadas de la competencia matrimonial aunque sus hijos fueran entregados en adopción, acabaran como monjas o legas en los conventos donde habían sido recluidas y aleccionadas para que se aceptaran a sí mismas como víctimas irrecuperables de los excesos diabólicos.

Cambio de retablo

Me tiene un poco alucinado la controversia desatada por el previsto reemplazo de los lienzos del retablo de la iglesia de la Anunciación de Santander. Los pintó en 1953 María Mazarrasa Quijano, que era hija de una de las familias más pudientes de Cantabria y se hizo cargo de todos los gastos. Conozco poco su obra, apenas media docena de cuadros, todos posteriores al retablo, temas marineros que rozan la abstracción grométrica y retratos femeninos con sugerencias místicas que evocan velados vitrales. La madera del retablo la talló Andrés Novoa y la pintora interpretó las escenas bíblicas con un manierismo entusiasta y una cierta ingenuidad técnica

El retablo va a ser cambiado porque, según el obispado, muchos feligreses lo han pedido reiteradamente durante años y, sobre todo, porque, en opinión del sacerdote Joaquín González Echegaray (1930-2013), historiador, arqueólogo y experto en la Biblia, los lienzos no se corresponden con la catequesis católica. Al parecer, pecan de lenidad en la observancia de la tradición. No es asunto mío tratar con esos piélagos doctrinales, pero el 12 de abril de 1953, ante numerosos fieles, el obispo José Eguino y Trecu procedió a la bendición de la obra y afirmó: Así como Dios inspiró a David y Salomón para que construyese el Templo de Jerusalén, así también ha inspirado a la señorita María Mazarrasa para hacer esta obra con destino a la iglesia de la Anunciación, pobre iglesia necesitada de todo.

Para sustituir esos cuadros ya no homologados del retablo, se ha designado al pintor Tonino Conti Angeli, del cual sólo he visto dos imágenes: el retrato de San Juan de Ávila de la Capilla Universitaria de San Juan Evangelista de Baeza (Jaén) y el icono de la Cruz de Santo Toribio de Liébana. Ambos remiten a una escolástica de recordatorios para comulgantes y jubileos nada espontánea. Mi impresión es que cumplen con las ortodoxias sin permitirse ninguna libertad, como corresponde y se espera, y también cabe esperar que la nueva versión del retablo no sea mediatizada por carencias técnicas, improvisaciones o defectos litúrgicos, como lo fue la actual. La mediatización mediática quizá sea digna de análisis cuando se produzca la remoción, pero, de momento, dudo que me interese más que el trabajo de Mazarrasa: pintado entre ruinas hace setenta años, ha adquirido una entidad bastante sólida cuando la autoridad religiosa lo ha sacado del olvido y ha decidido cambiarlo por algo que considera más adecuado, prestigioso, neocatecumenal (igual no tiene nada que ver, pero me gusta la fonética) u ortodoxo. La autoridad civil, por supuesto, no sabe, no contesta.

Creo que, de tanto mirar a cielos cada vez más barrocos, el arte sacro y el religioso se han ido asomando a abismos cada vez más monótonos(1)Me dice un hereje que son dos cosas distintas: el arte sacro rinde culto, el arte religioso sólo trata el tema: recuerden los piélagos. Entiendo … Continue reading. Por mi condición postmoderna (la frase ha salido sola al encuentro de su registro armónico), me atrevo a sostener que los lienzos de María Mazarrasa, al perder -¿por una forma suave de anatema?- la inocencia que se les presumía o toleraba, han saltado de un juego de lenguaje a otro. A falta de una estética sublimada por los cánones del arte y descartado por los canónigos el relato de la donación como motivo de permanencia, me parece que el tiempo, la duda y las sombras -acérquense a verlos- parecen haber sumergido la obra en un líquido abisal, y ahora me dan ganas de emparentarla -salvando largas distancias- con el controvertido y agredido Cristo de Andrés Serrano(2)En 1987, Andrés Serrano expuso una fotografía de un cristo de plástico pequeño y barato sumergido en orina para magnificarlo con un halo dorado, … Continue reading.

Es evidente que la voluntad de Mazarrasa iba por otro lado, pero sus estampas rechazadas empiezan a representar, en un medio que se presume ajeno a la ostentación, el papel de la pobreza desdeñada y hacen sospechar que la renovación del retablo busca algo más parecido a la inmodestia que a otra cosa.

Notas

Notas
1 Me dice un hereje que son dos cosas distintas: el arte sacro rinde culto, el arte religioso sólo trata el tema: recuerden los piélagos. Entiendo que, por ejemplo, La Virgen castigando al niño Jesús delante de tres testigos, de Max Ernst, es una obra religiosa, pero no sacra. Lo mismo ocurre con el Piss Christ, tal vez el verdadero protagonista de este artículo (véase más arriba y/o más abajo).
2 En 1987, Andrés Serrano expuso una fotografía de un cristo de plástico pequeño y barato sumergido en orina para magnificarlo con un halo dorado, penumbras y burbujas. Según el artista, que se considera católico, no se trata de una denuncia de la religión, sino de mostrar el abaratamiento de los símbolos en la sociedad. La obra ha sufrido varios atentados. Aunque ha tenido defensores en medios católicos, los más integristas, es decir, los que más suelen incidir en las representaciones tortuosas, torturadas y encarnadas de su divinidad, no soportan la inmersión de un fetiche trivializado por el consumismo en un residuo que quizá entienden como demasiado humano. Pero otros prefieren pensar que la paradoja de la nueva iconografía lo engrandece y lo sitúa en un instante atemporal lleno de melancolía por la ingenuidad primitiva del sacrificio. Algo mucho más cercano a la humildad de la primera simbología de los perseguidos.

El encierro de los Reyes Magos

Circula la especie de que en esas casetas de Atarazanas están encerrados los tres Reyes Magos, protegidos de la parafernalia que genera la expectativa de su llegada. Según unas versiones, se encuentran en animación suspendida, hibernados desde su última aparición. Según otras, están activos y observan nuestras conductas pasadas y futuras mediante pantallas omniscientes. Me parece más verosímil la primera: maldita la falta que les hace permanecer un año ante un videojuego contado por un idiota lleno de ruido y furia. (Nunca sé si lo que está lleno de ruido y furia es el narrador o su historia.)

El caso es que, en sus refugios coronados, los Magos están a salvo de la ciclogénesis consumista que culminará con su aparición. O sea, están a salvo de sí mismos. La mayoría de los mitos son relatos recursivos, circulares, como si los dogmas los blindarán contra los giros inesperados. Ni siquiera el diablo aprecia los desvíos desde que lo expulsaron del cielo por intentar uno entre nubes barrocas, un gran ‘détournement’ en una ‘performance’ reconvertida de inmediato al servicio de la autoridad competente: desde entonces, se ocupa de los castigos.

Digo “ciclogénesis consumista” porque, aunque algunos tópicos la consideran una orgía, se trata de un empujón más hacia la catástrofe y lo más probable es que ésta no llegue con la frustrante, pero sencilla y brutal explosión de un orgasmo precoz, sino con una lentitud exasperante, como las olas de un mar de plástico y cenizas.

No sé si el devenir del cristianismo lo ha cambiado mucho, pero en el conjunto escénico de Belén hay claras jerarquías. Primero, por supuesto, se eligió celebrar la Natividad, y a continuación la extraordinaria visita de los Reyes, con su cometa guía, su séquito y sus regalos caros; no podía ser el día o la noche de los sumisos Pastores y Lavanderas porque tenían que seguir con sus faenas en el decorado. En medio, apenas asoman los Inocentes, y creo que cabe preguntarse por qué los que no pudieron huir de la matanza (no fueron advertidos) son recordados haciendo burlas de la inocencia. Quizá alguna mano hereje intervino en el asunto para denunciar que, si todos fuéramos iguales, no existirían los elegidos. Sin embargo, por si ese razonamiento resulta muy cruel para estas fechas, prefiero preguntar dónde se alojan los pajes y los camellos. Puedo creerme muchas cosas, pero dudo que las casetas municipales tengan la capacidad de la TARDIS.

El gato y la Anunciación

Los gatos son curiosos, pero detestan las sorpresas. Si un ángel irrumpe en una habitación en presencia de un gato, lo más probable es que éste agote todas las posibilidades de huida. Después, tratará de arañarlo.

Quizá -discretamente- sea el más salvaje de los animales domésticos. Vive en los asentamientos humanos desde el Neolítico, cuando firmaron un acuerdo de colaboración con las mujeres que cultivaban los campos mientras los hombres se pavoneaban en cacerías. Los felinos negociaron desde una premisa irrenunciable: “no somos perros”.

No es nada nuevo lo que digo. Hay mucha literatura sobre los gatos. Tampoco es novedad señalar que el pintor veneciano Lorenzo Lotto (1480 – 1556) es un artista atípico para su época. Introducía en los cuadros distorsiones originales. No sé si es adecuado llamarlo “premanierista tranquilo”; igual no significa nada, pero me gusta la expresión.

Siguiendo con lo ya dicho, apunto ahora que uno de los temas claves de la iconografía cristiana es el de la Anunciación hecha por el arcángel Gabriel a una mujer humilde llamada María, prometida con un artesano llamado José. En los tiempos evangélicos, una mujer casadera era una adolescente de 14 años. El espíritu celeste se presentó ante ella para comunicarle que había sido designada para tener un repentino, antinatural e inevitable embarazo.

Lorenzo Lotto - La Anunciación

A partir de aquí, apuesto por lo irracional; no entiendo otro modo de sumar un ángel, un felino y una doncella. De todos los temas que el corpus artístico cristiano tiene por tradicionales, con la excepción postbíblica de algunos éxtasis y penitencias (Thais, Teresa de Ávila…), la representación de ese anuncio es el que más me interesa. No desdeño el drama ni la intensidad de los calvarios, traiciones, crucifixiones, descendimientos, deposiciones, resurrecciones, epifanías, asunciones, ascensiones, cenas, entradas en templos, curaciones, multiplicaciones, etc.; pero tengo motivos para esa preferencia. Daré los dos mayores.

La Anunciación está alejado en el tiempo de los otros momentos cruciales (los que conducirían al sacrificado a la cruz), es el acto fundador y, aunque con paréntesis (la huida a Egipto, los debates del niño con los sabios, algunos juegos en el Jordán…, y me atrevo a añadir la anécdota que Max Ernst pintó en “La virgen azotando a Jesús en presencia de tres testigos”), da paso a una larga elipsis. Los constructores de la narración sabían dosificar el enigma. Para mí, la tensión provocada por la noticia del ángel supera la de cualquier representación de las manifestaciones de divinidades y misterios. Y, sobre todo, no puedo evitar ver en ella una autoafirmación del Verbo mayúsculo del Poder, la idea tentadora de definir la Palabra para hacer irrefutables las decisiones y performativas las oraciones: al formularse el anuncio, se somete el cuerpo y se produce la concepción.

La escena se suele envolver en geometrías diversas y entornos codificados, con variaciones de la ortodoxia. El patriarca supervisa desde las alturas; jardines cerrados remiten a la virginidad; el cosmos delata lo extraordinario, el cielo y las nubes tiene tonalidades precursoras de invasiones; puede haber figuras en arquitecturas lejanas: el mundo espera.

María estaba cosiendo, bordando, leyendo, rezando, cuando fue interrumpida. El ángel aparece a veces pintado en posición inferior respecto a la mujer, lo cual obliga a recurrir a escorzos para que el mensajero no pierda autoridad: está ante la que será una de la divinidades principales, pero las órdenes proceden de la voluntad máxima y la aceptación de la virgen (¿podía negarse?) se da por hecha (es un anuncio, no una pregunta). Otras veces, desciende sobre ella, luciendo las alas sin reparos, desde su condición escatológica.

La versión de Lorenzo Lotto, sin abandonar la ortodoxia de los símbolos, parece jugar con ellos en una puesta en escena que, desde una lectura actual, sugiere un humor desordenado y ambiguo. No hay constancia de que en su época tacharan al cuadro de irreverente, pero ahora sugiere algún matiz de rebeldía, aunque sea meramente artística.

El ángel parece haber llegado con prisas por un agujero espacio-temporal, como si alguien allá arriba y allá siempre hubiera dejado para última hora avisar a la más interesada. En el origen del designio, no hay horas y, en la instantánea, queda el desorden del recién llegado para abolir las leyes de la física ordinaria.

María, sobresaltada, separa las manos para enmarcar la sorpresa o, mejor dicho, el espanto y mira al público como pidiendo ayuda o al menos explicaciones humanas. Más tarde, cumplido el ciclo, la asunción -en cuerpo y alma- la elevará hacia la quietud de los iconos.

Y, en medio del cuadro, el gato se encrespa, bufa y huye. El gato de mirada callejera que pactó con las mujeres no está de acuerdo con la intromisión. Los egipcios lo adoraban por salvar las cosechas, pero, en la tradición cristiana, esa actitud le supondrá ser considerado un aliado del demonio y amigo de las brujas. ¿Pensaría Lorenzo Lotto en él como el verdadero -inconfesable- protagonista de la obra?

Ánimas

Los espíritus humildes más afortunados suelen perder el tiempo en depuraciones antes de entrar al paraíso.

James Hamilton. Náufragos (1875).

Sin entrar a debatir la dualidad cartesiana, y con toda legitimidad, los vecinos de la llamada calle Alcázar de Toledo (al parecer, denominación vergonzante de la bautizada en 1937 como Héroes del Alcázar, que antes fue de ambiente izquierdista con el nombre de Primero de Mayo) no quieren vivir en un lugar llamado Cuesta de las Ánimas.

“Ellos se lo pierden”, dice el espectro granguiñolesco del Obispo Regente de Cantabria, para algunos primer presidente autonómico, santiguándose mientras cabalga.

Prefieren Calle del Parlamento o seguir como estaban, es decir, la corrección instituida o el homenaje a una matanza del panteón fascista (no es, como se ha dicho, un homenaje a un edificio cuyo origen está más allá de la edad media) antes que una referencia a fantasmas que, sin embargo, descansan más en paz que los guerreros cuya memoria espolean mientras las almas anónimas apenas se distinguen en los restos del camino.

Las ánimas, según la religión dominante en estos pagos, tienen un matiz de gracia provisional y suelen habitar el purgatorio. Sólo están en un período de espera. Pero a los vecinos les parece tétrico recordar que aquello era la cuesta a un camposanto, un convento, un hospital, una iglesia, una gallera, un beaterio, una cárcel, una fábrica, un barrio… Todo lo cual no andaba lejos, en la cúspide y sus descensos, de las putas baratas (las caras moraban en las famosas mancebías donde cuenta Jesús Pardo que el ortodoxo Menéndez Pelayo, devoto del templo mencionado, fornicaba sin quitarse el cuello duro: dicen los malvados que por esa revelación le dieron al santanderino para cuya memoria sólo existe El Sardinero el premio de las Letras de Santander) y tampoco muy a desmano de un pequeño laberinto enfangado que se sumía en el callejón del Infierno, etiqueta nada rara de los pasos inferiores en la Europa latinizada y apenas una mirada etimológica al país de los castigos demoníacos.

Una vez más, resulta patético hablar de ánimas en lugar de nombrar al ánimo. Para que luego digan que el género no importa. O la clase: los espíritus humildes más afortunados suelen perder el tiempo en depuraciones antes de entrar al paraíso; quizá las necesidades los ataron en vida a la materia y preferían trabajar para comer o beber para olvidar que rezar; son oscuras dependencias que los ricos no tienen que justificar. Los ricos no necesitan ni el olvido. Es un mundo raro este, lleno de nombres provisionales y universales de chichinabo. Los homenajes a las intermitencias de la barbarie (Proust hablaba de las del corazón para explicar las de la memoria; por eso por aquí no tiene calles ni éxito) de vencedores o vencidos son aceptados o repudiados sin problemas, pero los hundidos en el anonimato del destino ambiguo dan mal rollo con sus regresos. Creo que en Santander no hubo nunca una calle del Purgatorio ni del Limbo, que tan bien funcionan como símbolos en películas y en novelas distópicas. Sí hubo una calleja llamada Cadalso, sin duda de real origen y bien anclada en la advertencia. Los castellanos, incluso, tienen en el páramo un noble pueblo llamado Tinieblas.

Se puede hablar a muchos niveles de la necesidad de actualizar los nombres. Por ejemplo, igual hay que empezar a pensar en renombrar el Mediterráneo Mar de las Ánimas Sin Refugio, un lugar rodeado de costas malditas y puertos fortificados donde hay que debatir cada rescate con la misma demagogia y crueldad financiera que la deuda pública, como si, una vez fijada la tasa de ganancias geopolíticas y valorada la oportunidad, fuera opcional salvar las vidas de los náufragos.

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Jubileo

La paradoja del ermitaño es que, pronto o tarde, su fundación necesita peregrinos. La carne es fuerte. Necesita negocios, desafíos, rutas de intercambio, supuestas reconquistas.

Mapamundi del Beato de Saint-Sever Mapamundi del Beato de Saint-Sever

Creo que fue poco después de que los hérulos arrasaran estas costas cuando un rey mandó desde su trono remoto amurallar el puerto y constituir un monasterio al que dio el señorío de la villa, sus tierras y sus marismas. Por suerte, había a la entrada del puerto una roca horadada donde encajó perfectamente la nave que trajo las cabezas de los mártires.

Al abadengo, además de los arriendos de sus huertos y los portazgos y pontazgos, pertenecían los diezmos de la pesca, los escabeches, las salazones y el vino. Y también las lenguas y corazones de las ballenas varadas. Las cocinas de Su Reverendísima Señoría estaban, pues, regularmente surtidas.

Por aquel entonces, las mujeres seguían peinándose según los usos de sus estados. Las solteras iban rapadas a mechas, las casadas usaban un tocado adelantado como un cuerno grueso y las viudas una suerte de tronco de cono. Los hombres hacían círculos predatorios, miraban celosos las presas soñadas y apuraban las jarras. El dios romano que contemplaba las procesiones desde una columna, casi borrado por el viento, se fingía un santo portador.

Todo esto es pura especulación, pero no voy a detenerme aquí, y diré que los crótalos que dirigían los bailes estaban sincronizados con un universo perfecto y simétrico. El mal era fácil de definir y el bien todo lo demás. Más acá de lo más temible, ni siquiera el sexo o la burla parecían pecados de verdad.

Puede que (pese a las advertencias de San Millán y a las matanzas de Leovigildo) las poblaciones costeras todavía comprendiesen mejor a los dioses caprichosos precristianos que a los cuatro jinetes del Apocalipsis, y que esa tendencia pagana de los puertos influyera para que el gran lugar de peregrinación se creara en las montañas del interior. Allí lo sacro estaba adquiriendo otras dimensiones a partir de la cueva de un anacoreta. La paradoja del ermitaño es que, pronto o tarde, su fundación necesita peregrinos. La carne es fuerte. Necesita negocios, desafíos, rutas de intercambio, supuestas reconquistas.

Las reliquias eran (son) fuentes de ingresos, comercio, prestigio, autoridad y fe, y también de competencia con otros templos. (Lo mismo ocurre con los milagros. Malas lenguas aseguran que Garabandal no fue aceptado a causa de la equidistancia de Lourdes y Fátima). Mejor tener un leño de la cruz que dos cabezas de centuriones conversos o una leyenda casi de broma como la de Maurano, que le contó a Gregorio de Tours que había perdido el habla y la había recuperado nada más subirse al barco de la peregrinación.

Todos esos usos permanecen y se alternan en interés e intensidad. Hoy se quejan los representantes de los empresarios de que el año jubilar sea la única acción que en 2017 pueda representar una oportunidad real de hacer negocio. Se muestran preocupados por la gestión y las infraestructuras como los frailes pedían que se ofreciera pan blanco a los peregrinos para evitar que cayeran en delirios ardientes de centeno. Parecen dudar de que los que no vengan por la reliquia lo hagan por el paisaje o el orujo. Temen el fracaso del negocio estacional que no copiará ningún beato.

Muchos peligros acechan al peregrino. Ya previnieron San Benito de Nursia y San Agustín contra los giróvagos, circelliones o circumcelliones, falsificadores de huesos de mártires, glotones, enemigos del ayuno y difusores de vicios entre otros monjes y anacoretas, atrapadores de crédulos con falsas indulgencias y tahúres. Creo que nunca les hicieron mucho caso. Y la tradición manda. O su parodia.

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La rueda de Barros

Cuenta Henri Breuil en un artículo de 1915 que, hasta que Hermilio Alcalde del Río estableció la antigüedad y el carácter de símbolo solar de la estela de Barros, se alternaron  sobre esta piedra dos curiosas consideraciones. El clero católico veía en ella una representación de la rueda donde los paganos no pudieron torturar a santa Catalina. Los trazos angulares recordarían las cuchillas del instrumento. La tradición votiva, más popular, la señaló como una ofrenda de algún viajero a la virgen de la capilla contigua en agradecimiento por la protección durante el trayecto. Sería entonces una simple rueda de carro o carreta con el buje, el cincho y la maza trazados de un modo esquemático. En ambos casos, la hagiografía mandaba sobre el cosmos y la interpretación sobre la representación. Luego llegaron los eruditos para fijar la piedra en un tiempo oscuro y reemplazar por hipótesis astronómicas los toscos relatos sobre la santa y el transeúnte. Ahora está en el escudo de Cantabria. La verdad es que me cuesta dejar de verla como una simple o una terrible rueda.

Santa Catalina - Fernando Gallego

Santa Catalina: Los ángeles impiden el suplicio de la rueda. Fernando Gallego. Siglo XV. Museo del Prado.


 Henri Breuil - Rueda de Barros

Dibujo de Henri Breuil