Raqueros

Monumento a los raqueros en Santander, por José Cobo

Hasta mediados del siglo XX era frecuente en Santander la figura del raquero, pero es probable que lo único exclusivo, en esa acepción, sea la palabra. El DRAE la recoge con un sentido más amplio, en referencia a los ladrones de los puertos o como un tipo de embarcación, y la supone derivada del gótico rakan (recoger con rastrillo). Otros sostienen que el origen está en el término inglés wrecker (desguazador), que también aludía a los saqueadores de naufragios y a los ladrones portuarios. Éstos abundaban por toda la costa cantábrica, pero esa, aunque próxima, es otra historia. El caso es que tampoco sorprende que viniera a designar a los niños que deambulaban por las machinas (otra palabra propia que rastrear: los muelles de maderas salitrosas y resbaladizas), vivían de lo que podían, nadaban en las dársenas y constituían una atracción para el turismo, como las mujeres que, desde tiempos muy antiguos, fueron en Santander las encargadas de los carga y descarga de los barcos: las crónicas y las guías de viaje del XIX consideran su trabajo un espectáculo digno de verse, tanto por la fortaleza y habilidad que demostraban al transportar los fardos sobre las pasarelas como por sus gritos y su vocabulario.
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Durante los atraques de barcos de pasajeros, éstos lanzaban monedas por las bordas para que los niños buceasen en su búsqueda. Parece que siempre sacaban el tesoro.

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Se ha escrito bastante sobre estas actividades portuarias. José María de Pereda hizo un buen retrato en sus Escenas montañesas y en Sotileza.

André Gide, con una perpectiva más lejana y a la vez muy próxima, también trató el asunto, claro que más brevemente, al describir una de estas esperas del pasaje en su Viaje al Congo. De paso, nos entregó lo que me parece una estampa certera de la época colonial:

Imaginamos tiburones de juguete, pecios de juguete, para naufragios de muñecas. Los negros desnudos gritan, ríen y se pelean enseñando dientes de caníbales. Las embarcaciones flotan sobre [la mar de color d]el té, al que arañan y labran con pequeños zaguales en forma de patas de palmípedos, rojos y verdes, como se ven en los números náuticos de los circos. Unos buceadores atrapan las monedas que les lanzan desde el puente del Asia e hinchan con ellas las mejillas. Esperamos que las chalupas estén llenas; esperamos que el médico de Grand-Bassam venga a entregar no sé qué certificados; esperamos tanto tiempo que los primeros pasajeros, descendidos demasiado pronto a las barquillas, y los funcionarios de Bassam, demasiado presurosos en recibirlos, balanceados, sacudidos, molestados, caen enfermos. Los vemos inclinarse a izquierda y derecha para vomitar.

On imagine des joujous requins, des joujous épaves, pour des naufrages de poupées. Les nègres nus crient, rient et se querellent en montrant des dents de cannibales. Les embarcations flottent sur le thé, que griffent et bêchent de petites pagaies en forme de pattes de canard, rouges et vertes, comme on en voit aux fêtes nautiques des cirques. Des plongeurs happent et emboursent dans leurs joues les piécettes qu’on leur jette du pont de l’Asie. On attend que les barques soient pleines ; on attend que le médecin de Grand-Bassam soit venu donner je ne sais quels certificats ; on attend si longtemps que les premiers passagers, descendus trop tôt dans les nacelles, et que les fonctionnaires de Bassam, trop empressés à les accueillir, balancés, secoués, chahutés, tombent malades. On les voit se pencher de droite et de gauche, pour vomir.

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senegal04Creo que esa labor de recolección de monedas de turistas convierte a los nadadores portuarios pobres en una hermandad universal. Aunque en nuestro ufano Norte han desaparecido de las aguas de los muelles los buceadores mendigos (pero no hay capital de este lado del espacio de Schengen sin niños mendigos y sospecho que la tendencia a cerrar y videovigilar los espacios portuarios es la causa de esa desaparición), sigue presente en los macropuertos del Sur, que han ido atrayendo poblaciones desesperadas del interior de los continentes.
Un dato inquietante: en los tiempos de Gide (el texto es de 1927), Konakry, Dakar, Bathurst o Brazzaville eran en muchos aspectos más habitables que ahora.

 

***

En este excelente almacén de fotos antiguas, encontré esta de lo que en inglés llaman sea urchin (golfillo marino, pero también erizo de mar). Fue tomada en 1909 en el puerto de Boston por Lewis Wicked Hine. El pie dice más o menos: haciendo novillos entre los barcos (truant hanging around boats in the harbor during school hours), pero uno se pregunta si la escolarización había alcanzado a este niño o se trata de una ironía.

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La Segunda Ucronía Mundial

Las utopías me suelen parecer demasiado beatíficas, aunque, por respeto a Eduardo Galeano, admito que pueden servir para seguir avanzando. Prefiero las distopías, por su carga crítica y su tendencia al humor amargo. Y lo que más me gusta es el tercer plano de los mundos improbables, las ucronías, es decir, los relatos obtenidos por métodos contrafactuales aplicados a periodos de hechos más o menos homologados por los medios correctores.
Ya sé que la reescritura de la Historia y de nuestras pequeñas historias es una tentación para todos. Supongo que incluso los historiadores más honrados tienen que luchar contra el deseo de abolir el dato que no encaja en el prejuicio o el descubrimiento que esclaviza la confirmación de la hipótesis. Los profesionales de la política lo hacen constantemente por motivos obvios y los súbditos lo hacemos para soñar que aquella plaza de aparcamiento estaba libre o que nunca cogimos un autobús equivocado. Quizá sólo los locos no lo hacen, porque sienten que su mundo siempre es verdadero; pero esa sí que es una historia alternativa a esta.
Sin embargo, dejando aparte las grandes mentiras y los pequeños autoengaños, cuando intervenimos sobre el pasado con ánimo crítico y creativo, a veces conseguimos que surja del juego una mejor comprensión del presente. O por lo menos pasar un buen rato.
Dentro del género, hay una tradición que ha puesto el foco sobre el tema de la Segunda Guerra Mundial y el ascenso de los movimientos fascistas. Me vienen ahora a la memoria las novelas El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, La conjura contra América, de Philip Roth, El sueño de hierro, de Norman Spinrad, o el proyecto cinematográfico Iron Sky, que merecería un artículo propio. Pero hoy toca hablar de Quentin Tarantino.
Hace poco vi Inglourious Basterds y me pareció tremenda y maravillosa. En ella se cuenta cómo la Segunda Guerra Mundial tuvo otro final gracias a los caminos convergentes de una chica judía y un grupo de guerrilleros de métodos muy sucios reclutados entre la escoria (valga la palabra de raro homenaje al yiddish Isaac Bashevis Singer) que suelen dejar a su paso los comienzos de las guerras. Los soldados, judíos nada regulares en busca de venganza, están a las órdenes de un teniente mestizo de Tenessee cuyos discursos antirracistas predican una guerra santa contra los nazis y recuerdan aquella parrafada bíblica (falsa, por cierto) de Samuel L. Jackson en Pulp fiction.
Pero eso es sólo una pequeña parte del elenco y un pobre retazo de una película que homenajea al cine mientras señala el turbio papel del séptimo arte como excitador de los más bajos sentimientos patrióticos al servicio del propagandista Goebbels, las exquisitas maneras de los jerarcas de la Gestapo (que parecen ir a comerse el mundo como comen strudel cubierto de nata en un restaurante de lujo) y, de paso, con salvaje frescura, introduce una reflexión sobre la memoria histórica y sobre las marcas indelebles que, de hacer caso al teniente Aldo Apache Raine, deberían delatar a los criminales y sus cómplices.
Y además es una película bella y divertida. Y, sobre todo, es buen cine.

A propósito de La cinta blanca, de Michael Haneke

Aconsejo humildemente a los que trivializan las secuelas de una educación autoritaria, a los que la invocan y a los que buscan la comodidad del ordeno y mando para solventar los problemas de la sociedad que vean La cinta blanca, de Michael Haneke.
También se la recomiendo a los que se encuentran a gusto en medios castrenses o conventuales o escalando en los departamentos de recursos humanos, porque en esos ámbitos, enmascarados en la jerarquía, se sienten libres(?) de dar rienda suelta a los instintos que métodos similares les inculcaron.
Y se la recomiendo, por supuesto, a toda la inmensa mayoría que alguna vez ha sufrido los manejos de esos especímenes.
Esta película resume de un modo impecable los monólogos que los dominantes quieren hacer pasar por diálogos ante los dominados y los discursos que pretenden justificar las bofetadas. Cuenta de modo magistral esa historia por tantos sentida en la que sacerdotes, terratenientes, administradores y burgueses aplican a los débiles sus disciplinas con esa suerte de placer sádico-hipócrita (me duele a mí más que a ti) legitimado por el principio patriarcal de la obediencia debida. Cuenta con toda claridad lo que sospechábamos: que debajo de la veneración a la autoridad no hay más que miedo y autoengaño.
Pero también describe cómo los hijos de la represión, si no tienen la suerte de encontrar por el camino de Damasco un sano libertinaje que los vuelva a subir al caballo, perfeccionan los códigos del dolor y se hacen dignos sucesores de los expertos en la imposición de normas, en la justificación de las arbitrariedades mediante los recursos aprendidos en horas de sermones y en la atribución de sus propios deseos a los designios de la divinidad, que ha creado el mundo a la medida de los sacerdotes, o a la razón del poder, que ha configurado la sociedad a la medida de los ricos. Y la naturaleza reprimida vuelve en forma de naturaleza represora. Los mecanismos del poder indiscutido se replican en cada unidad familiar, escolar, laboral, como los cuadrados en las alfombras de Sierpinski. Todo en la sociedad es permeable a los hábitos, las jerarquías y las desigualdades. Los que pagan el precio más alto son los más indefensos o los que no pueden permitirse el lujo de huir del látigo o del chantaje del hambre.
Creo que Haneke ha hecho con los instrumentos de la ficción un análisis muy preciso de la sociedad europea que armó dos guerras mundiales. No hay retórica que desvíe la atención o acepte el juego de los manipuladores; sólo un relato puesto en boca de un hombre sencillo, enamorado y entristecido por las tiranías que lo rodean. No hay grandes tesis; sólo los hechos, que se van filtrando entre los días y dejando un poso de consecuencias en manos del azar. Lo necesario para atisbar por qué ocurrió lo que sabemos.
Parece ser que el buen cine todavía existe. Díganlo por ahí, por favor.

Todo era tan normal que parecía barato

Por aquel entonces a todo el mundo le pareció normal que una empresa de Comunicación, Multimedia e Innovación acabara de polucionar la energía eólica que el gobierno regional ya había contaminado.
Parecía normal que tuvieran acceso a la lista de las empresas participantes en el concurso para la adjudicación de molinos de viento, ya que de alguna manera tenían que obtener fondos para orientar a la opinión pública en el sentido justo y necesario que impondría la aceptación de la contrafigura eólica con la misma pasión que el anchoísmo dominante. Por algo llevaban años exhibiendo su pericia en el arte del vacío mediante la creación y gestión de sitios web y la inmaculada concepción de campañas para distintos servicios de la Administración.
Del mismo modo, todos entendían que orientar era la manera aceptable de decir manipular, confundir y obturar.
Por otro lado, nadie se había mostrado sorprendido cuando, poco antes, la Universidad le había dado a una cátedra el nombre de la empresa, y eso parecía tan correcto como que la empresa se proclamara experta en la creación de canales y entornos multimedia inteligentes, lo cual por supuesto la ponía en la dimensión mágica reservada a aquellos cuyos actos siempre deben ser admirados, elogiados, homenajeados sin rubor ni escatimo de contratos.
Era incluso un dato trivial que el periódico más difundido participara en la trama celeste (perdóname Bioy) poniendo su interpretación de la verdad al servicio de la causa correcta.
Y resultaba más que lógico que quienes se ocupaban incluso de promover algo llamado dinamización del club de fútbol de la capital se identificaran con la comunidad hasta el ayuntamiento de lo público y lo privado.
¡Pero si habían establecido un gran edificio de avanzada tecnología (siempre inteligente) en el centro de Cultural City, lo habían llenado de arte y de secreta poesía y habían hecho imprimir miles de páginas para decir estamos aquí, hemos llegado, somos los mejores, el futuro (como el pasado y el presente) es nuestro!
Por aquel entonces a nadie llamó la atención que la pirámide se cimentara sobre un espacio (digital, por supuesto) en el que sólo rotaban cifras recitadas por voces grabadas mientras el dinero de todos, una vez más, estaba en otra parte.

Visitas del porvenir (la máquina del tiempo ha venido para negarse)

Si en un sereno porvenir irrumpe un futuro aún más lejano, sabremos que alguien de ese mañana ha inventado y fabricado la máquina del tiempo. Sin embargo, si será así, ¿por qué no lo sabemos todavía? ¿Será que el alcance hacia el pasado del más avanzado ingenio de viajar en el tiempo es limitado? ¿Será que simplemente nunca querrán visitarnos? Pero, entonces, ¿ningún loco viajará al inframundo? ¿Lo habrán prohibido -lo prohibirán- por miedo a las paradojas?
La hipótesis de la prohibición respetada resulta dudosa: he sido educado en la vieja escuela científico ficticia que, entre otros postulados, mantiene la inevitabilidad de la transgresión; dicho de otro modo, siempre hay personas (generalmente marginales, mercenarias, expulsadas de universidades, vagabundas del espacio o vulgares mutantes) que incumplen las normas. Por otra parte, ya señaló Douglas Adams (¡Que no cunda el pánico!) que los viajes en el tiempo son una invención realizada simultáneamente en todas las épocas.
Claro que los mecanismos de autorregulación del universo, si existen y no son un simple consuelo de cosmólogos, pueden haber determinado que los viajeros del futuro no puedan hacerse evidentes en su pasado (ni los del pasado en el futuro, quizá por motivos más lineales) y esten condenados(?) a entrometerse en frustrantes antaños alternativos.
En todo caso, decir que la flecha inversa del tiempo es imprevisible, expresión tan querida al evocar la máquina steampunk de Wells, es ya un tópico fácil e inexacto, y se hace necesario pensar en círculos, a la manera helicoidal del ADN o a la tosca manera del Gran Colisionador de Hadrones.
Es este mecanismo brutalizador de partículas (las magnetiza, las acelera, las hace chocar para imprimirles el carácter de bosón) el que ha sugerido estas notas, porque acabo de leer que un par de científicos (Holger Bech Nielsen, del Niels Bohr Institute de Copenhague, y Masao Ninomiya, del Yukawa Institute for Theoretical Physics de Kyoto, nombres dignos de un congreso de futurología psicodélico a la manera de Lem) han especulado con la posibilidad de que el laboratorio del CERN esté siendo saboteado desde el futuro, para evitar el éxito de una experiencia aberrante, por la hipotética materia de Higgs que pretende producir.
Hermosa paradoja, y ahí hubiera quedado si el doctor Nielsen, mencionando1 el disgusto de alguna divinidad, no hubiera invocado la sombra irracional de las manifestaciones de lo sagrado. Y con ello mis sospechas: ya apareció la visión del cosmos patriarcal, protector y reaccionario.
En los mundos ideados por la Ciencia, cuya historia está llena de fracasos generadores de hallazgos, las cosas pueden no funcionar, la energía perderse, la radiación quedar como poso del infinito y las cosas ser a la vez ondas y partículas. Y hay objetos reales que sólo pueden ser detectados por sus huellas y de soslayo. En los mundos de las religiones, ocurre lo contrario: todo está quieto, sometido a sus propias cenizas y, sobre todo, vigilado por agentes pertinaces. Personalmente, no creo en las paradojas represivas. A no ser que lo demuestren, claro.
De momento, si tengo que aceptar una idea similar, simpatizo más con la opción de Asimov en Los propios dioses: quizá en el universo de al lado están algo molestos por nuestros hábitos de pésimos vecinos.

Notas
1. Admito que puede tratarse de una frase jovial sacada de contexto, un símil, a la manera del de los dados de Einstein. A los científicos les gustan estas cosas y gasear gatos ideales… Según el New York Times, Nielsen ha dicho: Bien, casi podríamos decir que tenemos un modelo para Dios, que más bien detesta las partículas de Higgs e intenta evitarlas. (Well, one could even almost say that we have a model for God, that He rather hates Higgs particles, and attempts to avoid them.) Y también quiero decir que hacía mucho que no me divertía tanto una hipótesis.

Ciudad sin espejo

Al difundir máquinas de atrapar encuentros, las nuevas tecnologías (que ya no lo son tanto, y pronto habrá que duplicar el adjetivo), han permitido darle un nuevo impulso a la idea de la espontaneidad tan cara a las vanguardias que gemían de placer ante rescates de botelleros, urinarios, caballos o cuerpos desnudos (la rabia de vestirse dio a los humanos la moda) sacados de sus contextos, tan artificiales como los que les esperaban, y expedidos hacia mejores mundos de collages y (re)tra(d)iciones estéticas. Lo cual, por supuesto, no sirvió para nada: ni para detener las guerras ni para hacer mejor el amor ni para evitar la conversión de la cultura en el atributo de un ministerio, una concejalía o la pretensión de una ciudad.

(No se preocupen, que esto avanza; despacio, pero avanza.)

El nuevo urbanismo, por otra parte, parece no existir sino como brumosa expresión de periodistas persecutores de la percusión editorial, contenedor que lo mismo recoge paseos pensados para los paseantes que piedras negruzcas como las que han puesto a parapetar el Ayuntamiento de Santander sacando a escena una presunta ruralidad que sólo puedo entender como humillación de lo rural mediante su incrustación en la urbe, si tal cosa ha sido la idea y no ha respondido a un azar de gusto pobre o a la necesidad de alquilar apoyos comprando piedras.

(Ambigua nostalgia: en esa Plaza del Ayuntamiento hubo en su día una fuente luminosa que ahora está exiliada en El Sardinero y la estatua de un dictador a caballo que lo dejaba todo muy claro.)

Dejando de momento el ni siquiera feísmo y el soberano aburrimiento de nuestras norteñas calles, hablemos del otro lado, es decir, de los paseos pensados para los paseantes. Como tengo un ejemplo a mano, voy a utilizarlo.

En Burdeos funciona desde 2006 el llamado “Jardín de las luces”, que incluye el “Espejo de los muelles”, superficie pulida junto a la media luna del Garona que, además de reflejar, actúa como una fuente cuyo fluir lo mismo imita las nubes que las lluvias. Es cierto que no está libre de críticas (consume mucha energía), pero los viandantes de todas las edades se lo pasan en grande. Era casi obligatorio hacer este vídeo uno de los primeros días del otoño, con medios toscos, mínimos, y de ahí esa celebración en el primer párrafo, ay, del ya viejo consumismo digital.

(Y, como tengo el día optimista, diré que la evolución, creo, nos devolverá la mirada limpia de píxeles y broza cuántica.)

Todo parece indicar que es posible añadir un espacio lúdico donde ya existía un espacio ciudadano. Claro que hacer lo uno sin lo otro viene a ser mucho más difícil. Percibo Santander como ciudad cuando la pienso en la Historia, cuando veo el dibujo de Joris Hoefnagel o evoco a la milicia cristiana requisando las harinas revolucionarias. Pero cuando la miro desde mi cotidiana peatonalidad, no capto esa idea de ciudad tan pregonada, sino la sensación de estar entre edificios tirados al lado de una bahía. Por eso no tengo muchas esperanzas de que alguien de por aquí con autoridad constructora pille del ejemplo el concepto, que, como muy bien decía Pazos, es muy importante. Pero lo dejo por escrito y grabado, por si sirve de algo. Y con ello no estoy pidiendo que hagan una mala copia de nada. Sólo que, para empezar, se bajen del coche un rato y se piensen peatones. A ver si encuentran algo que nos aproveche a todos.

Ciberinocencia

Sostengo que ni el trabajo, ni la ocupación, ni la ley pueden engendrar la propiedad; que ésta es un efecto sin causa. ¿Soy digno de reprensión? ¡Cuántos murmullos se alzan!
Pierre-Joseph Proudhon. ¿Qué es la Propiedad? (1840).

Este blog ha estado últimamente algo inactivo (no, esta no es una de esas entradas de blog en las que se niega la decadencia por la que nadie ha preguntado), y eso se debe en parte a la construcción de un subdominio.
La gracia del lenguaje informático es que uno parece poseer cosas que nunca soñó tener: dominios y subdominios, como feudos jerarquizados, que contienen estructuras, almacenes, bancos de datos, galerías de imágenes…
Bancos: ¿alguien pensó alguna vez disponer de uno, acorazado, con una sola clave de acceso encriptada por eficaces algoritmos que sin embargo (el mal acecha) nunca están a salvo del todo? Aunque no contenga dinero, la exclusividad de ese hueco concede cierta autoestima de especulador con la adrenalina a punto para una crisis de denegación de servicios.
Galerías: cada internauta con su falso museo a cuestas, en la alforja de los jpegs, mientras trama quizás que un día de estos irá al museo de verdad a ver tal o cual cuadro, que por supuesto habrá imaginado más grande o más pequeño, pero siempre más luminoso.
Y todo desde una génesis tan sencilla que produce nostalgia. La del humilde neolítico que empezó a hacer muescas ordenadas en un palo para clasificar los corderos marcados como propios después del primer desbarajuste comunitario. Ya ven: toda la historia está llena de propiedades y apropiaciones. La del ciberespacio también. Y de momento no hay conflicto porque abunda, se paga con publicidad e interesa que se ocupe. Si evoluciona hacia la escasez, ya veremos qué pasa.