La impresora de la recepción del hotel (una máquina arcaica y matricial) no dejó de chillar en toda la noche. Al alba, gracias al bate de béisbol olvidado en el paragüero de la entrada por un turista melanesio, pareció evidente que la falacia inevitable del destino también alcanza a las cosas. Los paraguas, no obstante, se mostraron escépticos.