Ratas

El partido Cantabristas ha convertido una rata gigante de cartón en emblema de Santander. La ciudad -mi ciudad- se lo merece. La rata es un animal a la vez infecto y simpático (en los dibujos animados, los malos suelen ser los gatos), hay muchas por todas partes (la proliferación les permite obviar las gentrificaciones) y animan mucho las terrazas.

Hace años, trabajé en una cuadrilla encargada de liquidar una nave en ruinas que había sido almacén de granos. Quedaban montones de sacos de cebada. Algunos tenían etiquetas de cuando la guerra, aunque no habían gozado de una transición que las fijara. La arpillera se deshacía al tocarla y, aunque emanaban vapores que debían de ser alucinógenos, las ratas que surgían de los costales deshechos eran reales, enormes y abundantes. Las matábamos a palazos. Si no caían al primer golpe, se revolvían rabiosas o escapaban por agujeros increíbles.

En un cuarto que hacía de oficina del almacén, había un escritorio macizo, oscuro, con muchos cajones, tres tinteros con restos petrificados de tintas roja, verde y azul, plumas, un vade roído, y un florero de vidrio con un puñado de insectos secos en el fondo.

Los cajones estaban llenos de papeles reducidos a virutas muy finas. Cosa de las ratas, sin duda. “A saber qué contabilidad han destruido estas cabronas”, comentó el capataz, que venía de muy lejos y decía tener la misión de borrarlo todo del mapa.

Cuando acabamos de cargar el camión, al arrancar, sonó un ruido extraño (lo recuerdo macabro, de guillotina) y se paró el motor. El conductor se apeó y abrió el capó. El ventilador había decapitado a una rata. No nos pusimos de acuerdo sobre si se había oído un grito.

Me pregunto si una batería de infografías en cientos de pantallas urbanas y una campaña edulcorante en el periódico de referencia podría convertir las ratas de Santander en reclamo turístico y fuente de votos.

El rap(to) del litoral

Oye, mira, ven y dime:
¿te tragas el cuento
que cuenta fomento
de inversores insignes
que traen beneficios
plantando edificios,
haciendo orificios
del monte a la orilla,
jodiendo los huertos,
llenando los puertos
con barcos que brillan,
borregos que chillan,
marmotas de arena,
papardos de cena,
nocheros de tragos,
cercando los pagos,
veredas y lagos
con pistas de tenis,
caminos de ponys,
reservas de guiris?

[Coro:
¿Das tu consentimiento
instalando en ayuntamientos
concejales de asentimiento
a esclavistas peripuestos,
hosteleros con aspavientos,
promotores de asentamientos
para golferos sedientos?]

¿Aceptas el recuento
de contratos basura
[Coro: ¡Si te creen a la altura!]
en peonadas precarias
con patronos feudales
de juergas gregarias,
[Coro: ¡Después vas a los bardales!]
gusarapos de piscina,
macarras de oficina,
asaltantes de arenal
que urbanizan lo real
y lo vuelven un erial?

[Coro: Pejinos y pejinas, libradnos de ese mal,
¡tronad contra el rapto del litoral!]

Eh, oye, mira, asubia y rapea
[Coro: ¡Que te oiga esa ralea!],
suelta surbia y marea,
relata tu propio foque,
denuncia los pantoques
[Coro: ¡Motonauta, no me toques!]
del negocio tragacostas
que urbaniza los cantiles,
acapara las langostas,
soborna correveidiles
y apaga lumbres de mar.
[Coro: ¡Empújales este rap
que los haga garrear!].

[Repetir hasta aburrir]