Revista de sueños

No voy a descubrirles nada que no hayan soñado.

Portada Drosera nº 4

En el número 4 de la revista de comunicación onírica Drosera (aconsejable, sin embargo, por todo su contenido), me llama la atención el artículo de Kristoffer Flammarion (traducido por Vicente Gutiérrez Escudero del original publicado en Hydrolith: Surrealist Research & Investigations) titulado Sobre la estadística de algunos sueños antárticos que podría tener cierta relevancia en el avance superior de las investigaciones relacionadas con la estructura, significado y procesos ocultos de nuestras experiencias diarias y nocturnas.

Theodor W. Adorno escribió algunas frases inquietantes -intuyo que a modo de exorcismo- que luego los editores de su recopilación de sueños(1)Theodor W. Adorno, Sueños, Akal, Madrid, 2008. Traducción de Alfredo Brotons Muñoz usaron como introducción a uno de los libros escritos por filósofos más divertidos que conozco. Creo que esta viene al caso:

Nuestros sueños no sólo están vinculados entre sí en cuanto “nuestros”, sino que forman también un continuo, pertenecen a un mundo unitario, lo mismo, por ejemplo, que todos los relatos de Kafka transcurren en “lo mismo”. Pero cuanto más estrechamente conectados entre sí están los sueños o se repiten, tanto más grande es el peligro de que ya no podamos distinguirlos de la realidad».

Aprovechando su estancia en la Antártida como miembro de una expedición científica, la forzada adaptación a una vida metódica, la noticia de un no-descubrimiento (un barco sueco tuvo un fugaz encuentro con un animal que dejó un rastro biológico desconcertante) y un redescubrimiento literario cuya lectura impuso a toda la base, K. Flammarion desarrolló un estudio estadístico sobre sus sueños y los de sus compañeros que le permitió contabilizar lugares y situaciones y, aunque en sus conclusiones apenas esboza una hipótesis, parece aproximarse con método y sin proponérselo (no hay ningún sesgo en su investigación) a la definición de una estructura material que encaja con la percepción de Adorno. Puede que sea prematuro decirlo, pero quizá estemos cerca de la máxima decadencia de las visiones metafísicas y/o idealistas de la interpretación de los sueños y, por ello, de la irrupción en la ruda realidad de la tramoya platónica: del fin del ocultamiento.

No es sorprendente que, en un mundo que pasó en menos de dos siglos del racionalismo al probabilismo atravesando el relativismo, la estadística se adueñe del más oculto reducto de la indefensión. Los sueños saltan así de la mitología filosófica a la ficción científica con la misma precisión con que los supervivientes de las expediciones a las mal llamadas montañas de la locura contaban los hechos que no comprendían. Nada se relata mejor que lo que no se entiende. No hay relación más precisa que la de un cuento de terror. En los sueños producidos por el descanso ordenado, según el estudio, los lugares soñados se fijan en pautas compartidas. Lo mismo ocurre con las situaciones tipificadas, aquellas que estudiosos como Fromm trataron de explicar como un lenguaje natural olvidado, con su sintaxis y toda la puesta en escena; ese lenguaje que, al volverse palabras, desapareció para dejar desnuda la carnalidad del verbo que antes cubría la cálida envoltura erótica de lo onírico.

Una de las implicaciones más conflictivas de este análisis es, sin duda, la constatación de que la disciplina ayuda a la comprensión de lo onírico, algo que choca frontalmente con la liberación que aporta abandonarse a la molicie hedonista. Creo que sería de interes general debatir si el desciframiento de los mecanismos colectivos de los sueños pondría en peligro el placer de la pereza y, por tanto, la libertad. Asunto que dejo en manos de los editores de Drosera. Seguro que no defraudan.

Notas

Notas
1 Theodor W. Adorno, Sueños, Akal, Madrid, 2008. Traducción de Alfredo Brotons Muñoz