Prescindiendo de la lluvia

Está uno en la cafetería y tiene que prescindir de la lluvia que persiste al otro lado del cristal multiplicada por esas carreras sin velocidad para escuchar la historia del botánico, reparador médico de plantas que desprecia a su mujer porque ella no tiene una profesión clínica, como os lo digo, y cuyo hijo quiere ser profesor para tener muchas vacaciones y poder estar con sus hijos el tiempo que su padre no está con él porque está tratando de sacar adelante por orden alfabético abutilones, acalifas, alegrías, amarilis, begonias, buganvillas, incluso bonsáis, camelias, crotones preñados de látex, dioneas atrapamoscas empachadas de moscas, guzmanias, petunias, tradescantias o zebrinas, con lo que gana mucho dinero para luego llegar a casa y hacerle saber a su esposa entre las azaleas que todo cuanto ella hace está mal hecho. Y la luna y el sol se suceden sin desacuerdos entre sus luces en estas lluvias de diciembre, cuando sin embargo por todas partes salen de la nada músicas de guiñol y molinillos de viento.

Algunas jornadas particulares

Te miras en el espejo y crees que tienes una idea siquiera aproximada de cómo va a ser el día. Te miras o no, porque piensas (pero preferirías no hacerlo) que todos los días son iguales, que todos merecen la misma cara. Sin embargo, a veces es el día de la risa. A veces el anonimato de la jornada laboral deja paso a una diversión inesperada, absurda, hecha de maniobras y conversaciones que encajan en el mapa mudo del cachondeo como en el invisible bastidor de un puzzle. Llegas incluso a temer (pero eso también te da risa) que alguien piense o diga ¿de qué se ríe o sonríe ese imbécil todo el tiempo?, ¿qué se ha creído?, ¿acaso no se da cuenta de que esa cara de felicidad no hace sino incitar al prójimo jefe o al prójimo colega o al prójimo camarero a fastidiarle sin piedad? Pero nada, no hay manera. Se impone esa percepción del ser humano como portador cuando menos de valores bienhumorantes y, aunque sabes que al final del día te quedará cierta melancolía de incomprendido, te sientes dueño de o poseído por un poder nada superior, un poder que habita a la altura de cualquier mirada, y cuando sales por la puerta de la oficina, por mucho que llueva, sigues dejándote mimar por esa suave, contradictoria euforia.

Precisión

Estamos tan distraídos por el fragor mediático de la vida moderna y su banalidad que se nos ha olvidado festejar el 6012 aniversario de la creación de la Tierra.
Gracias al arzobispo James Ussher, desde el siglo XVII se sabe que nuestro planeta apareció a las 12 del mediodía del 23 de ocubre de 4004 a. C.

El principio de algo

Cuando el Parlamento decretó que androides y ginoides fueran libres, su fabricación dejó de tener interés.
Ellos eran incapaces de reproducirse y no poseían medios materiales.
La medida, sin embargo, llegó tarde, y las calles se llenaron de libertos.

Situación

Tras una investigación que se proclamó exhaustiva (aunque la historia no está agotada), la emblemática decidió que la ciudad donde vivo es muy noble, siempre leal, decidida, siempre benéfica, excelentísima y la única del norte orientada hacia el sur.

Variación inesperada del tamaño de un arma

La mayoría de las bolsas de basura grandes son negras. Las hay también azules o verdes, pero emplean tonalidades mates que delatan su condición. Parece que alguien se sintió obligado a quitarles viveza a los colores para contener la basura. Las negras, curiosamente, son más brillantes.
El otro día estaba a la puerta de la oficina principal de un banco procurando no parecer un atracador a ojos de un vigilante provisto de un revólver más grande que él (de hecho, el arma no dejaba ver a la persona), cuando salió una empleada de limpieza arrastrando una de esas bolsas negras y brillantes repleta de cosas. La mujer dio los buenos días a la mano que acariciaba el arma y se detuvo un momento para dejar pasar a una clienta que llevaba bajo el brazo un bolsito granate tubular.
La clienta, de pronto, sorprendida, señaló la bolsa y preguntó: Pero, mujer, ¿qué lleva usted ahí?.
La empleada respondió con firmeza: ¿Qué quiere que lleve? Lo único que puedo sacar de un banco: basura.
La dama del bolsito tubular se perdió en la oscuridad interior y el revolver redujo ostensiblemente su tamaño.

Para Clausewitz

Me parece que, aparte de Trampa 22, de Joseph Heller, no he encontrado mejor descripción de gente en guerra que la de Los picihiciegos de Fogwill.