Los peligros del desempleo

En 1945 Hannah Arendt escribió en Culpa organizada y responsabilidad universal:

(…) La sociedad de cada época, a través del desempleo, frustra al hombre humilde en su actividad normal diaria y en su autorrespeto, le prepara para ese último estadio en el que asumirá sin rechistar cualquier función, incluso la de verdugo.

Arendt contaba una historia: un miembro de las SS es reconocido por un antiguo compañero judío del instituto cuando éste es liberado de Buchenwald. El judío se queda mirando a su antiguo amigo, y el de las SS dice: “Debes comprenderme, he estado cinco años en el paro. Pueden hacer lo que quieran conmigo”.

Greil Marcus. Rastros de Carmín (1989).

Raqueros

Monumento a los raqueros en Santander, por José Cobo

Hasta mediados del siglo XX era frecuente en Santander la figura del raquero, pero es probable que lo único exclusivo, en esa acepción, sea la palabra. El DRAE la recoge con un sentido más amplio, en referencia a los ladrones de los puertos o como un tipo de embarcación, y la supone derivada del gótico rakan (recoger con rastrillo). Otros sostienen que el origen está en el término inglés wrecker (desguazador), que también aludía a los saqueadores de naufragios y a los ladrones portuarios. Éstos abundaban por toda la costa cantábrica, pero esa, aunque próxima, es otra historia. El caso es que tampoco sorprende que viniera a designar a los niños que deambulaban por las machinas (otra palabra propia que rastrear: los muelles de maderas salitrosas y resbaladizas), vivían de lo que podían, nadaban en las dársenas y constituían una atracción para el turismo, como las mujeres que, desde tiempos muy antiguos, fueron en Santander las encargadas de los carga y descarga de los barcos: las crónicas y las guías de viaje del XIX consideran su trabajo un espectáculo digno de verse, tanto por la fortaleza y habilidad que demostraban al transportar los fardos sobre las pasarelas como por sus gritos y su vocabulario.
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Durante los atraques de barcos de pasajeros, éstos lanzaban monedas por las bordas para que los niños buceasen en su búsqueda. Parece que siempre sacaban el tesoro.

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Se ha escrito bastante sobre estas actividades portuarias. José María de Pereda hizo un buen retrato en sus Escenas montañesas y en Sotileza.

André Gide, con una perpectiva más lejana y a la vez muy próxima, también trató el asunto, claro que más brevemente, al describir una de estas esperas del pasaje en su Viaje al Congo. De paso, nos entregó lo que me parece una estampa certera de la época colonial:

Imaginamos tiburones de juguete, pecios de juguete, para naufragios de muñecas. Los negros desnudos gritan, ríen y se pelean enseñando dientes de caníbales. Las embarcaciones flotan sobre [la mar de color d]el té, al que arañan y labran con pequeños zaguales en forma de patas de palmípedos, rojos y verdes, como se ven en los números náuticos de los circos. Unos buceadores atrapan las monedas que les lanzan desde el puente del Asia e hinchan con ellas las mejillas. Esperamos que las chalupas estén llenas; esperamos que el médico de Grand-Bassam venga a entregar no sé qué certificados; esperamos tanto tiempo que los primeros pasajeros, descendidos demasiado pronto a las barquillas, y los funcionarios de Bassam, demasiado presurosos en recibirlos, balanceados, sacudidos, molestados, caen enfermos. Los vemos inclinarse a izquierda y derecha para vomitar.

On imagine des joujous requins, des joujous épaves, pour des naufrages de poupées. Les nègres nus crient, rient et se querellent en montrant des dents de cannibales. Les embarcations flottent sur le thé, que griffent et bêchent de petites pagaies en forme de pattes de canard, rouges et vertes, comme on en voit aux fêtes nautiques des cirques. Des plongeurs happent et emboursent dans leurs joues les piécettes qu’on leur jette du pont de l’Asie. On attend que les barques soient pleines ; on attend que le médecin de Grand-Bassam soit venu donner je ne sais quels certificats ; on attend si longtemps que les premiers passagers, descendus trop tôt dans les nacelles, et que les fonctionnaires de Bassam, trop empressés à les accueillir, balancés, secoués, chahutés, tombent malades. On les voit se pencher de droite et de gauche, pour vomir.

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senegal04Creo que esa labor de recolección de monedas de turistas convierte a los nadadores portuarios pobres en una hermandad universal. Aunque en nuestro ufano Norte han desaparecido de las aguas de los muelles los buceadores mendigos (pero no hay capital de este lado del espacio de Schengen sin niños mendigos y sospecho que la tendencia a cerrar y videovigilar los espacios portuarios es la causa de esa desaparición), sigue presente en los macropuertos del Sur, que han ido atrayendo poblaciones desesperadas del interior de los continentes.
Un dato inquietante: en los tiempos de Gide (el texto es de 1927), Konakry, Dakar, Bathurst o Brazzaville eran en muchos aspectos más habitables que ahora.

 

***

En este excelente almacén de fotos antiguas, encontré esta de lo que en inglés llaman sea urchin (golfillo marino, pero también erizo de mar). Fue tomada en 1909 en el puerto de Boston por Lewis Wicked Hine. El pie dice más o menos: haciendo novillos entre los barcos (truant hanging around boats in the harbor during school hours), pero uno se pregunta si la escolarización había alcanzado a este niño o se trata de una ironía.

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Días sin obras

Antes de que los estadounidenses abrieran el Canal de Panamá, lo intentaron los franceses. La empresa fue impulsada por Lesseps, que había triunfado en Suez abriendo una zanja en el desierto con ideas que no pudo aplicar en la selva. El intento duró más de diez años. No existe un dato aceptado sobre las vidas que costó, aunque se considera que fueron más de 20000. Por lo visto, es mucho más difícil calcular en vidas que en dinero porque los seres humanos son fácilmente reemplazables. Por eso el escándalo de la excavación inacabada, una gran tumba, sólo fue financiero.
Los promotores abandonaron; los obreros supervivientes, venidos de todas partes del mundo, fueron despedidos y repatriados. Los hospitales construidos para apenas paliar los estragos de la malaria, las residencias de los ingenieros, las carreteras, los terraplenes, los talleres, las grandes dragas, las excavadoras a vapor, las líneas telegráficas y telefónicas, todo fue entregado al regreso de la selva a lugares con nombres de arquitecturas fantásticas, como el desviado río Chagres o el tajo brutal de La Culebra.
Mientras los franceses fracasaban y comenzaban a definir el retroceso de Europa, los norteamericanos iban cimentando la política que conduciría a la separación de Panamá de Colombia y a la conclusión del paso que dividiría las Américas.
Durante los años de inacción entre los dos proyectos de juntar los mares, el periodista Richard Harding Davis visitó la zona y se sorprendió del raro orden en que encontró los edificios, herramientas y maquinaria. Pese al empuje de la vegetación, las cosas presentaban una calma cartesiana, inquietante, como de un cuartel rendido sin perder la disciplina a un ejército enemigo que no tuviera prisa por ocuparlo.

We had read of the pathetic spectacle presented by thousands of dollars’ worth of locomotive engines and machinery lying rotting and rusting in the swamps, and as it had interested us when we had read of it, we were naturally even more anxious to see it with our own eyes. We, however,
did not see any machinery rusting, nor any locomotives lying half buried in the mud. All the
locomotives that we saw were raised from the ground on ties and protected with a wooden shed,
and had been painted and oiled and cared for as they would have been in the Baldwin Locomotive Works. We found the same state of things in the great machine-works, and though none of us knew a turning-lathe from a sewing-machine, we could at least understand that certain wheels should make other wheels move if everything was in working order, and so we made the wheels go round, and punched holes in sheets of iron with steel rods, and pierced plates, and scraped iron bars, and climbed to shelves twenty and thirty feet from the floor, only to find that each bit and screw in each numbered pigeon-hole was as sharp and covered as thick with oil as though it had been in use that morning.

Habíamos leído acerca del lamentable espectáculo ofrecido por locomotoras y maquinaria valoradas en miles de dólares que yacían pudriéndose y oxidándose en las ciénagas, y como nos había interesado al leerlo, estábamos aún más ansiosos por verlo con nuestros propios ojos. Sin embargo, no vimos ni máquinas oxidadas ni locomotoras medio enterradas en el fango. Todas las locomotoras que encontramos estaban firmes sobre el terreno y protegidas con cobertizos de madera, y habían sido pintadas y engrasadas y atendidas como lo hubieran hecho en las Industrias Baldwin en Filadelfia. El mismo estado de cosas encontramos en los talleres, y aunque ninguno de nosotros conocía ni el torno de una máquina de coser, podíamos al menos comprender que ciertas ruedas podrían mover a otras si cada cosa estaba en su lugar, y así hicimos a las ruedas dar vueltas y perforamos agujeros en hojas de hierro con varillas de metal y horadamos chapas y recortamos barras de hierro y trepamos a estanterías situadas a veinte y treinta pies del suelo, sólo para encontrar que cada pieza y tornillo relucía en su casilla numerada bajo una capa de aceite como si hubiera sido usado esa mañana.

Haití

Pero, a la vuelta de un sendero, las plantas y los árboles parecieron secarse, haciéndose esqueletos de plantas y de árboles, sobre una tierra que, de roja y grumosa, había pasado a ser como de polvo de sótano. Ya no se veían cementerios claros, con sus pequeños sepulcros de yeso blanco, como templos clásicos del tamaño de perreras. Aquí los muertos se enterraban a orillas del camino, en una llanura callada y hostil, invadida por cactos y aromos. A veces, una cobija abandonada sobre sus cuatro horcones significaba una huida de los habitantes ante miasmas malévolos. Todas las vegetaciones que ahí crecían tenían filos, dardos, púas y leches para hacer daño. Los pocos hombres que Ti Noel se encontraba no respondían al saludo, siguiendo con los ojos pegados al suelo, como el hocico de sus perros. De pronto el negro se detuvo, respirando hondamente. Un chivo, ahorcado, colgaba de un árbol vestido de espinas. El suelo se había llenado de advertencias: tres piedras en semicírculo, con una ramita quebrada en ojiva a modo de puerta. Más adelante, varios pollos negros, atados por una pata, se mecían, cabeza abajo, a lo largo de una rama grasienta. Por fin, al cabo de los Signos, un árbol particularmente malvado, de tronco erizado de agujas negras, se veía rodeado de ofrendas. Entre sus raíces habían encajado -retorcidas, sarmentosas, despitorradas- varias muletas de Legba, el Señor de los Caminos.

Alejo Carpentier. El reino de este mundo.

En el margen de un pergamino

Paréceme inútil que sigamos escribiendo. ¿No hay demasiadas obras? Creo que ya ha salido de las plumas cuanto un buen lector puede desear y mucho más de lo que pudiera llegar a leer. Nadie necesita nuevas páginas, que además no son sino repeticiones, variaciones de las mismas materias que ya establecieron nuestros clásicos y que los modernos simplemente han empobrecido anegando en los piélagos de la providencia lo que era gran variedad de corrientes paganas. Sólo una gran mutación de la cultura, o sea, de la vida en el mundo y sus ciudades, sacaría del círculo estéril la posibilidad de encontrar nuevas novelas, nuevos poemas, nuevos dramas, comedias o tratados amatorios. Algunos fingen superar ese frío abrazo pretendiendo trastocar los cánones y géneros, pero el recuerdo de las constricciones e intenciones reaparecen en cada párrafo como cuando el aceite se separa pertinazmente del agua, recordando que nuestro pensamiento busca las formas que le dieron vida y que pocos ejercicios azarosos de nuevos contadores, novísimos líricos o audaces imagineros sirven para entregar al olvido la arquitectura de los sueños, de la que se nutren por igual nuestro universo y nuestras pasiones. Y puede que llegue el día en que los escritores sólo escriban para otros escritores con los que celebrar sus ceremonias y sus parafernalias y lustrar cortes y torneos. Y entonces se habrá mordido la cola la serpiente del aburrimiento. Paréceme inútil, pero pienso también que no hay dique que no se rompa ni placer que no retorne cabalgando un dragón loco.

Anotación en una página de las Peroratas desde la cresta del espolón, de Interdicto de Santanderio, chantre, bufón y secreto hereje.

Ardua labor de Quignard

Siempre he querido mostrar algo diferente del lenguaje. Evocar lo que está más cerca del nacimiento, más cerca del origen, cerca de la desorientación. De hecho, lo que me atrae es lo que se encuentra antes del aprendizaje de la lengua. Intento hacer surgir algo más antiguo que lo culto, lo civilizado, lo bien dicho.

Pascal Quignard. Entrevista en Le Monde por Raphaëlle Rérolle

Rescoldos

Escrito por los estudiantes de la Universidad Burdeos-III en el pasillo que conduce a la sala de reuniones del Comité de Movilizaciones contra la Ley de Reforma Universitaria:

Ya va siendo hora de reavivar las estrellas.

Guillaume Apollinaire.