La situación del mundo y los días tan señalados

El planeta que habitamos gira sobre sí mismo a 21,25 kilómetros por segundo (en Cantabria; en el ecuador, a 27,77) y a un promedio de 29,8 alrededor de un sol que se desplaza a 2.150 y tarda 225 millones de años en orbitar (apenas ha dado veinte vueltas y media desde que existe) el centro de una galaxia que viaja con ruta no muy clara a 600 km/s y con la que mantiene una relación que algunos consideran poco armónica.

Siempre esperamos acordes, paralelismos y coros celestiales, y tendemos a pintarlo todo siguiendo un orden suspicaz porque tememos los baños de realidad de las perspectivas y preferimos los temores ideales.

Cuenta Thomas S. Kuhn en La revolución copernicana que, durante siglos, sintiéndose obligados a mantener a la Tierra en el centro del universo, los astrónomos y astrólogos concibieron cálculos y disposiciones cada vez más alucinadas (enfatizaban los razonamientos con vocablos tan efectivos como epiciclos y deferentes) para explicar las anomalías de sus observaciones. Pero debía de haber un presentimiento entre humilde y pagano pugnando por salir a flote para poner al sol en el foco adecuado de las elipses y, cuando lo consiguió, tuvieron que comprender que todo el conjunto es viajero y que más allá puede no haber ni siquiera monstruos. Sin embargo, eso no impidió que continuara el fervor por las explicaciones arbitrarias.

La astrología se fue al abismo, aunque sigue siendo rentable y seguimos funcionando con fijaciones zodiacales. En cuanto a las religiones, cuando no pueden hacerlo en la fe, se amparan en las tradiciones para continuar certificando los calendarios. A lo cual se unen los deseos generalizados de calma chicha mental. Hace poco, por cierto, la Tierra pasó por el punto de inclinación máxima que algunos, sin precisión alguna, se empeñan en imponer como Navidad mientras se burlan de los que hablamos de solsticio.

En fechas tan señaladas, además de recordar la situación del mundo, me apetece invocar a Joseph Juste Scaliger, que en 1583 se permitió sustraerse de la dictadura de los calendarios ideando una datación que sintetiza los ciclos lunar, solar y de indicción (periodo administrativo bizantino de quince años) para empezar a contar los días desde el mediodía del primero en que se sabe que confluyeron los tres: el 1 de enero del año 4713 a. C.

Scaliger estableció en esa fecha el comienzo de una era con caducidad: acabará o, mejor dicho, habrá que renovar el método el 1 de enero de 3268 (1)El calendario llamado de cuenta larga, empleado por los mayas y otros pueblos, que seguía un método similar, terminaba en 2012 sin que ello … Continue reading. Es bueno no eternizar los paradigmas y 7980 años parece un plazo sensato. A esa datación, perfeccionada en 1849 por John W. F. Herschel, se le dio el nombre de día juliano aunque no tiene con el calendario homónimo otra relación que el cálculo de partida.

El día juliano tiene varias ventajas: sus adaptaciones son muy útiles para la astronomía, carece de las irregularidades de los años, meses y semanas, facilita la conversión entre calendarios, la cuenta de plazos, el establecimiento de periodos y la programación informática, e incluso expresa la hora en decimales. Por ejemplo, estoy escribiendo esto el día 2460675,07847, es decir, el 30 de diciembre de 2024 a las 13:53.

Además, ayuda a tratar de jugar sin liturgias a comprender este baile de tiempo, ciclos y órbitas para el que no se necesitan invitaciones.

Notas

Notas
1 El calendario llamado de cuenta larga, empleado por los mayas y otros pueblos, que seguía un método similar, terminaba en 2012 sin que ello implique que creyeran en el fin del mundo.

Ampliación del Universo

Aunque la mitología dice que nació de la castración de Urano y que su respiración era la del volcán Etna, el Encélado de los astrónomos es una luna de Saturno. La sonda Cassini-Huygens ha descubierto allí géiseres que lanzan al espacio chorros de hielo pulverizado a varios cientos de metros por segundo.
En la galaxia NGC 1275 un agujero negro produce un monstruo magnético (así lo han llamado los científicos) que construye ríos de gases orlados de esos rayos denominados X, probablemente el nombre mejor puesto de la física.
La ciencia ficción está dando paso a la realidad; se aparta humildemente para dejar sitio a la evidencia. El lamento del replicante (naves en llamas más allá de Orión… rayos C brillando cerca de la puerta Tannhäuser…) alcanza el clímax de la conjetura cuando se observan las fotografías tomadas por el Hubble del choque de las galaxias Antennae, que se devoran entre sí como lo harán dentro de unos millones de años nuestra Vía Láctea y la galaxia de Andrómeda.
Mientras tanto, el Gran Colisionador de Hadrones, que no es una máquina desenterrada por los astroarqueólogos en Venus, sino un invento del Consejo Europeo para la Investigación Nuclear para crear bosones de Higgs y saber de dónde sale la masa, está a punto de llegar a lo más pequeño, aun a sabiendas de que siempre hay algo más pequeño todavía y de que quizá, superado el límite que acaso no haya, reaparezca por una esquina el resplandor de las nebulosas. Para celebrarlo, arracimarán globos de grafeno de 250 nanómetros de lado por 3 micrómetros de longitud.
Y lo más curioso es que, según dicen sin asomo de dogma, todo eso pudo quedar definido en tres segundos, el tiempo necesario para fijar las leyes del Universo. El génesis bíblico estableció siete días porque sólo podía referirse a fracciones del ciclo lunar. O, dicho de otro modo, el universo era entonces más pequeño, y no es metáfora. Tenían la excusa de la infancia, pero sus descendientes no tienen justificación para la perseverancia. Por cierto que Plutón, el dios de la los infiernos, ha dejado de ser un planeta de nuestro sol, y no se sabe si se ha llevado con él a Caronte. Triunfa, pues, Heráclito: todo fluye. El viaje de la religión ha sido en vano; sus exploraciones, tras intentar consolar desde el desconsuelo, sólo alcanzaron un desierto sin oasis. Triunfa Demócrito: el mundo vuelve a estar hecho de átomos magníficos y bellos en su combinatoria y de subpartículas atómicas (da igual si también o a veces son ondas) con nombres que suenan a broma: quarks (arriba, abajo, encantado, extraño, cima, fondo), leptones (cargados o neutrinos), bosones de gauge (fotón, W, Z, gluón, gravitrón, de Higgs, axión), mesones (piones, kaones…), bariones, sin olvidar a las compañeras supersimétricas: squarks, sleptones, gauginos.
Sólo falta un honrado capitán Heechee reordenando soles para esconderse de un paseante indeseable…